PAPELES DEL PSICÓLOGO Vol. 43-1 Enero - Abril 2022

4.3. Mindfulness Inspirado en los principios de la meditación budista, el mindfulness es en la actualidad un recurso terapéutico ampliamente utilizado en la psicología occidental. Durante las últimas décadas, las técnicas de mindfulness han evidenciado su eficacia en multitud de progra- mas de mejora del bienestar psicológico (Brown y Ryan, 2003; Bur- ke, 2010), así como en tratamientos psicopatológicos para contrarrestar la ansiedad (Kabat-Zinn, 2003), la depresión (Romero et al., 2020) o el estrés (Martín-Asuero y García-Banda, 2010). Su uso se ha extendido por todo el mundo y se ha ampliado también a otros ámbitos como el laboral (Goilean et al., 2020) o el educativo (García Campayo y Demarzo, 2015). Pese a que no existe un acuerdo unánime en torno a la definición de este constructo, en general el mindfulness es caracterizado como un es- tado de la mente humana caracterizado por la atención y conciencia plena, a través del cual el individuo se centra de forma activa y reflexi- va en la realidad presente, aceptándola sin pretensión de juzgarla, controlarla o modificarla (Kabat-Zinn, 2003; Shapiro et al., 2016). El mindfulness ha sido definido también en términos de una capaci- dad autorregulatoria (Brown y Ryan, 2003), de una habilidad de aceptación (Linehan, 1994), o en términos de control atencional (Te- asdale et al., 1995). El mindfulness, por consiguiente, genera autoco- nocimiento, es decir, facilita la discriminación de nuestro propio comportamiento. También implica observar nuestros eventos privados sin juzgarlos ni juzgarnos a nosotros mismos, aceptándolos como son, abandonando la lucha y el control, manteniendo una actitud serena y atenta. Baer et al. (2006) señalan los siguientes elementos clave del mind- fulness: 4 Actuar con atención. A diferencia de nuestra tendencia natural a tener la mente divagando, esto es, saltando de un pensamiento a otro de forma inconsciente, mindfulness implica prestar atención momento a momento, pero de una manera relajada, sin una vigi- lancia estresante. 4 Observar en el momento presente. Se pretende “observar” nues- tros propios pensamientos y emociones tal y como suceden, sin buscar su control. El objetivo no es modificar, reprimir o reempla- zar un pensamiento que no nos gusta. Se busca desidentificarnos con ellos, tomándolos como simples experiencias. 4 Describir: Los pensamientos y sensaciones de los que estamos siendo conscientes se describen tal y como son experimentados, tanto de una forma verbal como no verbal. 4 Aceptar sin juzgar. Se acepta la experiencia de forma radical, sin valorarla ni etiquetarla. Lo positivo o negativo, lo perfecto o lo im- perfecto, en sus diversos grados, son aceptados como experien- cias naturales. 4 No reactividad. Generalmente, tendemos a reaccionar de forma inmediata y precipitada a los estímulos, lo que en muchas ocasio- nes produce una sensación de arrepentimiento ante la respuesta dada. Mindfulness posibilita que el individuo genere un espacio entre los estímulos (internos y externos) y las respuestas propor- cionadas (internas y externas), proporcionado un tiempo adicio- nal para pensar cuál es la respuesta más adecuada. Diversos trabajos han evidenciado que mantenerse centrados en el “aquí y el ahora” constituye una importante vía para el crecimiento personal (Brown y Ryan, 2003; Chang et al., 2015; Iani et al., 2017). De hecho, la búsqueda de la autoliberación con el objetivo de lograr un crecimiento personal constituye una de las principales razones de las personas para practicar la meditación con mindful- ness (Pepping et al., 2016; Shapiro, 1994). En efecto, durante la práctica formal del mindfulness, el individuo pasa del “modo hacer” al “modo ser” (Segal et al., 2002). En el “modo hacer”, nuestros es- fuerzos se enfocan hacia la consecución de una determinada meta, para lo cual tratamos de reducir la brecha existente entre nuestra re- alidad presente y el cómo nos gustaría que fuesen las cosas. Por tan- to, si nuestros esfuerzos se orientan hacia el logro de resultados, con toda probabilidad nuestras preocupaciones se centrarán fundamen- talmente en resolver cuestiones tales como “¿soy capaz?” o “¿qué ocurrirá si no soy capaz?”, generando estados de ansiedad ante el temor a un posible fracaso. En cambio, en el “modo ser” se acepta la realidad presente tal y como es, desarrollando un estado de aten- ción plena sobre cada una de las experiencias vividas en cada mo- mento. Desaparece, de esta manera, cualquier posible conflicto entre los estados deseados y los reales. Al contrario, nuestro interés se centra en el proceso, en el “¿cómo puedo hacerlo?”, esto es, la atención se dirige plenamente a la definición de los pasos necesa- rios para conseguirlo. Asimismo, las personas que se sienten autorrealizadas muestran al- gunas características consideradas también como elementos clave en el mindfulness (Ellis, 2004): disfrutan de las acciones como fines o placeres en sí mismos, son plenamente conscientes de los sentimien- tos propios sin tratar de reprimirlos, manifiestan una alta autoacepta- ción, toleran las dificultades y son flexibles y abiertos al cambio. 4.4. Compasión La compasión ha adquirido una gran atención en la última década como complemento al mindfulness. De hecho, en la tradición budis- ta, mindfulness y compasión son consideradas las dos alas del pája- ro de la sabiduría, siendo ambas, por tanto, imprescindibles para poder volar, de ahí que se suelan practicar de forma conjunta apro- vechando sus respectivas aportaciones específicas (García Campa- yo y Demarzo, 2015) (Tabla 2). Desde la perspectiva psicológica, la compasión hace referencia a la sensibilidad hacia el sufrimiento propio y ajeno, unido al deseo de ayudar a evitar dicho sufrimiento (Gilbert, 2015). Así pues, las terapias centradas en la compasión parten de la tesis de que el dolor es con- sustancial al ser humano (e.g., el fallecimiento de un ser querido, una enfermedad, una ruptura amorosa) y, como tal, es inevitable. Pero, por lo común, este dolor primario suele acompañarse de un sufrimiento se- cundario (Young, 2005), que deviene cuando nos resistimos a aceptar el dolor, cuando nos culpabilizamos a nosotros mismos o a otras per- sonas por la situación y cuando anticipamos el futuro (e.g., pensar que nadie nos va a volver a querer, que lo hemos perdido todo, que no te- níamos que haber hecho esto o dicho esto otro). El sufrimiento secun- dario sería el principal responsable de nuestro malestar, pues mantiene vivo el dolor en nuestra mente, y es evitable (García Campayo y De- CARLOS FREIRE, MARÍA DEL MAR FERRADÁS, JOSÉ CARLOS NÚÑEZ Y ANTONIO VALLE 67 A r t í c u l o s

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