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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
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Papeles del Psicólogo, 1987. Vol. (28-29).




JOSE LUIS PINILLOS

HELIO CARPINTERO

Universidad de Valencia

Dentro del panorama psicológico español actual, pujante y vigoroso, descuella con luz propia José Luis Pinillos, por su carisma científico y popular. Este vasco universal, nacido en Bilbao en 1919, fue uno de los psicólogos que, bajo la dirección del recientemente fallecido José Germain, en el Departamento de Psicología Experimental del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, logró que la tradición científica de la psicología española volviera a germinar tras el brutal golpe que supuso nuestra guerra civil.

Sin gran estridencia, sin demasiado ruido, la incorporación de la psicología al vivir cotidiano de los españoles es, a mi ver, uno de los cambios importantes y con consecuencias, acontecidos en los tiempos recientes, en nuestro país.

Mientras la política distrae la mirada hacia la superficie de los días las variaciones de hábitos, de actitudes y creencias en una sociedad, aunque más difíciles de percibir, acaban calando en la 'intrahistoria' social de que hablara Unamuno y, con ello, en la raíz de la espontaneidad colectiva.

Uno de esos cambios está ligado con la difusión expansiva de la psicología. La psicología es, al cabo, no una ciencia más sino una técnica poderosa en el manejo de las conductas humanas. Se quiera o no, una psicología conlleva una imagen determinada del hombre, y, si se nos apura, hasta una visón del mundo más o menos esbozada, más o menos esquemática.

Hay que tener esto presente cada vez que se cuestiona el proceso de incorporación de la psicología a una sociedad. No se trata de una edición de nuevos conocimientos a los que antes ya existían; más bien se trata de una reforma de la imagen aceptada acerca del hombre, y la nueva creencia en una posible intervención técnica acerca de su vida.

La psicología en España evidencia la existencia de semejante dinámica. Desde finales del siglo pasado, grupos progresistas y renovadores procuraron la incorporación de las ideas y las técnicas psicológicas a diversas áreas de problemas -la escuela, la selección profesional, la rehabilitación laboral de los accidentados, la higiene mental. Los nombres de Simarro y Giner de los Ríos, de Viqueira, de Lafora y algunos más jugaron en ese proceso un papel destacado. Congresos, reuniones, institutos, oficinas-laboratorios, traducciones de libros, seminarios, todo cuanto se requiere para incorporar, de modo institucional, una ciencia moderna y sus aplicaciones fueron cobrando existencia en nuestro país en el primer tercio de este siglo.

La guerra supuso un corte muy profundo en este desarrollo. En otras ocasiones he mostrado más pormenorizadamente el gran número de implicaciones que aquella tuvo: emigración de figuras de gran relieve -con la pérdida, difícil de estimar adecuadamente, de Emilio Mira, de Angel Garma y algunos otros nombres menores que representaban líneas modernas, innovadoras de la naciente psicología española; destrucción de instituciones; desaparición de publicaciones; sobre todo, por encima de los demás episodios, la desnaturalización a que se sometió la propia psicología. En dos palabras: la guerra supuso el retorno de la psicología a la órbita de influencia de la filosofía escolástica, convertida en filosofía oficial en la nueva situación del franquismo.

La recuperación de la psicología científica en España ha sido un proceso largo y no fácil de llevar a término. Ha contado con la voluntad decidida de un grupo de hombres de gran vocación, reunidos inicialmente en torno al doctor José Germain, Mariano Yela, Miguel Siguán, Francisco Secadas, Manuel Ubeda, Jesusa Pertejo, entre otros, juntaron sus fuerzas al final de os años cuarenta para cambiar el rumbo de la psicología que se hacía en el país, y reconduciría a las líneas científicas por las que discurría en otros países. En este grupo ocupaba un singular lugar un joven vasco, de espíritu inquieto y hondas preocupaciones personales y sociales que se llama José Luis Pinillos, un hombre que ha venido a ser maestro indiscutible de muchos de los psicólogos y expertos en ciencias sociales con que hoy cuenta nuestro país.

Pienso que la primera vez que corrió entre las gentes el nombre de Pinillos fue a comienzos de los años cincuenta. Este hombre iba envuelto en gestos de sorpresa, enojos gubernamentales y satisfacción entre los espíritus veraces. En plena dominación franquista del país, mientras se imponía de modo general una mentalidad conservadora que hacia del catolicismo un factor esencial del nuevo nacionalismo política, Pinillos se había atrevido a hacer un estudio serio sobre las actitudes religiosas de los jóvenes universitarios, y había descubierto que existía una profunda descristianización entre ellos.

Para el proyecto de nación cristiana con vocación imperial, según gustaba de proclamar a España el franquismo imperante, tal descubrimiento amenazaba con derribar la mitología trabajosamente construida tras la guerra civil. Y así, al tiempo que diversos grupos y agencias extranjeras de información airearon el tema más allá de nuestras fronteras, hubo en nuestro país una decidida voluntad de enterrar el caso y silenciar al joven investigador de nuestra realidad social. Y es el caso que aquel estudio jamás llegó a ver la luz.

Una consecuencia inmediata de aquel contratiempo fue una estancia de un par de años en Inglaterra, cerca de Eysenck -uno de sus maestros por el que ha sentido Pinillos una fraternal admiración desde entonces- y, con ello, una inmersión en la psicología positiva en marcha, en la ciencia en ejecución, en los hábitos de la investigación en equipo, que Eysenck vivificaba en el departamento del Maudsley Hospital, uno de los núcleos de avanzada de la Psicología contemporánea.

Sin tratar ahora de establecer línea alguna de influencia causal entre sus varias experiencias, lo que sí es cierto es que desde sus primeros escritos Pinillos comenzó por dejar muy claramente distinguidas las líneas de la ciencia positiva y las de la sabiduría filosófica. Al conocimiento científico le corresponde un rigor metodológico que va unido a una renuncia a los problemas de ultimidades y esencialidades, temas que interesan a la filosofía al precio de no ser ya una ciencia. Y así, de varios modos, en reiteradas ocasiones, se repetía desde la sicología la tesis de la separación y neta distinción entre ambas esferas, una distinción que era urgente reiterar en un contexto de ocupación filosófica de la psicología dominante en nuestro país.

Esta preocupación por atender las exigencias propias de una psicología científica, y por justificarla más allá de toda duda, cumplió sin duda una función renovadora, que aún nos atreveríamos a considerar como catártica, en su tiempo. Al mismo tiempo, sin embargo, Pinillos procuró dejar igualmente clara su convicción de que la ciencia psicológica no agotaba la realidad y complejidad del hombre, y que en todo caso habría de tratarse de una psicología científica que recogiera la subjetividad y propositividad de la vida humana, que atendiera a un tiempo a la conducta y a la conciencia, a la exterioridad comportamental y a la intimidad personal.

Como puede verse, el interés por una psicología científica no ha representado en su caso una renuncia a la humanización de ese conocimiento. Su interés por el hombre y la personalidad individual y social le han mantenido alejado de toda visión reduccionista de los comportamientos humanos.

Lo cierto es que una de sus primeras obras de gran calado ha sido la revisión de las teorías constitucionalistas de la personalidad, lo que representa una ocasión excelente para reflexionar sobre esa doble faz, externa e interna, de la realidad humana. Los hábitos somáticos, en una u otra medida, establecen condicionamientos a la actividad de la mente humana. La intimidad humana, por íntima que sea, se da en una realidad corpórea resultante de toda una complejísima interacción de procesos biológicos configuradores del desarrollo, lo mental en ningún modo está desligado de lo físico, pero tampoco se reduce sin más a ello.

El estudio de Pinillos -combinado con otro, histórico, que llevaron a cabo los profesores López Piñero y García Ballester, dos de nuestros máximos especialistas en historia de la medicina-, se sitúa dentro de una línea de trabajo en que la aportación de su maestro Eysenck ha tenido un peso singular. Pinillos reconocía a las tipologías un valor explicativo modesto, pero estima en ellas su valor heurística a la hora de descubrir correlaciones funcionales que puedan tener significación dentro de una teoría explicativa del comportamiento.

Junto a las disposiciones orgánicas, a Pinillos le interesó también, desde un principio, el análisis de las disposiciones actitudinales -una vía por la que se llega hacia una 'tipología mental', si bien se mira. Su amplio estudio sobre los estudiantes universitarios, al par que le trajo problemas, le permitió trazar unas amplias líneas sobre actitudes sociales primarias- otro toma también eysenckiano-, descubriendo semejanzas respecto de otros países, aunque con un abundante conservadurismo entre nuestros universitarios, que pudo tal vez tranquilizar un tanto a nuestras autoridades de la época. Actitudes sociales, estereotipos nacionales, mentalidad o personalidad autoritaria ('escala F'), todo ello muestra la preocupación por una realidad social, la española, y el afán por aplicarle métodos de estudio con validez científica, y a un mismo tiempo, el deseo de hacer una psicología con sentido e interés para su circunstancia histórica.

Pienso que todo ello no han sido sino pasos en la correcta dirección: la que llevaba a un enraizamiento de las ciencias sociales, y más concretamente la psicología, en nuestra circunstancia española.

Alguna vez se ha referido Pinillos a su imposibilidad de encerrarse en un único tema, y con ello, a su "vocación generalista" que le ha conducido a producir una vasta obra llena de temas, de muy vario carácter metodológico, de muy heterogénea condición literaria. Sus dos libros más difundidos -La mente humana (1970) y los Principios de psicología (1975)- han proporcionado una imagen definida de la psicología científica a innumerables lectores de lengua española, y esto quiere decir que de la idea que acerca de esa ciencia corre por nuestro país, algo, y aun bastante, corre a la cuenta de estos escritos de Pinillos.

Sería importante poder precisar los rasgos básicos de esa imagen, para poder comprender mejor al autor que los ha diseñado.

Tal vez la primera nota, que salta a la vista desde un principio, sea la condición literaria, de muy alta calidad, que ambos textos poseen, en medio de sus enormes diferencias como obras -uno un pequeño y delicioso volumen de divulgación, el otro un manual universitario de gran envergadura. Y esto tiene un significado evidente: todo ese caudal de información e ideas ha sido vivido personalmente, creadoramente -pues es posible repensar los temas creadoramente para presentarlos desde el punto de vista en que uno se halle situado-, y por eso están trabadas literariamente, y no meramente yuxtapuestas o coordinadas metódicamente. Sabido es que hay textos, y muy particularmente entre los destinados a exposiciones didáctica donde el orden frío, correcto, del esquema previo termina por adueñarse de obra final, construida sin errores pero desde una escritura absolutamente impersonal. No es este el caso: aquí orden, que lo hay, está sometido a espontaneidad con que el autor revive y repiensa las conexiones entre ideas, los nexos entre problemas de vario contenidos o nivel, desde la visión sistemática de la realidad que ha alcanzado. Hay una idea muy querida para Julián Marías, la de que una teoría filosófica ha de ser 'transitable' y permitir que se pase de unas cuestiones a otras gracias a los eslabones intermedios, que resulta de perfecta aplicación a lo que voy diciendo: José Luis Pinillos ha alcanzado a ver 'desde dentro' el torso general de los problemas de la psicología, y se mueve dentro de esa estructura mental con coherencia personal muy firme, que le lleva a poder decir, con palabras propias, lo que desea exponer a los demás.

Su condición literaria tiene una nota bien característica, un tanto infrecuente para los tiempos que corren, y es que evita sistemáticamente y hasta donde ello es posible todo esoterismo, y reduce al mínimo el andamiaje técnico exhibido. Frente al modelo profesoral de escritor que interpone entre sí mismo y el lector una barrera de tecnicismos con que hacerse respetar, estamos aquí dentro de una tradición intelectual que pone la claridad e inteligibilidad como valores superiores, la tradición de Ortega, García Morente, Lafora o Marañón. Pinillos -aquí quería ya venir a parar-, tiene en cuenta de modo bastante precisa al público para el que escribe. Y por eso su obra, hecha en vista de su circunstancia, es singularmente personal.

Yendo ya un poco más al fondo en el asunto, habríamos de caracterizar el núcleo básico de ideas que esos libros exponen. No es cuestión de sintetizar un curso de psicología en unas líneas; ni ello es factible ni tendría tampoco demasiado sentido. Pero sí convendrá de limitar qué clase de psicología transmite a sus lectores.

A mi modo de ver, las siguientes notas podrían ayudar a conseguir situar esos contornos: perspectiva científico-natural sin renuncias a reservas previas respecto a las cuestiones filosóficas subyacentes; atenimiento a planteamientos sistemáticos actuales, sin olvidar la historia de los problemas o la propia historia de la psicología; amplia perspectiva comprensiva del objeto de estudio: ni sólo la conducta, ni sólo la conciencia, sino ambas dimensiones como aspectos que son de la actividad adaptativa del sujeto a un mundo que es natural y es también social. Con otras palabras: no siendo, como no es, una psicología que pueda ser clasificada como humanista al estilo de las que suelen ser conceptuadas como tales, resultantes de una renuncia al empleo de conceptos científico-naturales, es sin embargo un pensamiento que pretende por todos los medios no perder en la red de sus conceptos la complejidad y la peculiaridad del ser humano. Frente a una pura naturalización de la psicología, sufrida por esta ciencia en las décadas pasadas, estaríamos ante un caso bien nítido de 'humanización' de la psicología, de su construcción de modo que no se desvirtúe la figura propia de la existencia humana.

Si bien se mira, este proceso de humanizar la psicología comienza por reconocer la complejidad de su objeto, pero no puede terminar ahí. La psicología tiene no sólo que explicar los fenómenos comportamentales y comprender al hombre, sino que ha de proporcionar modos concretos de intervención que hagan posible los cambios dentro de su radio de acción. En esto no hace distinción del resto de las ciencias positivas, que elaboran un conocimiento abierto hacia la previsión de consecuencias y la modificación de efectos según las previsiones elaboradas.

En nuestro tiempo, precisamente, se ha acentuado la vertiente aplicada en el campo psicológico. Ya la psicotecnia desde hace más de medio siglo ha mostrado su eficacia en múltiples cuestiones, como la selección profesional, la adaptación de la máquina al hombre, o la adecuación de los aprendizajes a las habilidades y capacidades de los sujetos aprendices. Ha sido el conductismo, en toda una variedad de formas, el que ha extremado esa vertiente tecnológica aplicada, y buena prueba de ello son las innumerables técnicas de modificación y cambio conductuales que se aplican a la resolución de problemas de índole muy variada, tanto de carácter individual como grupal y colectivo.

Pinillos es, sin duda, uno de los espíritus más abiertos e interesados por toda esta amplia gama de cuestiones. Ha seguido con ojo atento y perspicaz buena parte de los desarrollos técnicos que se iban produciendo más allá de nuestras fronteras, y ha impulsado aquí estudios y trabajos de discípulos y colaboradores en la misma dirección. Le han interesado mucho los programas de desarrollo de inteligencia, la terapia cognitiva de conducta, las aplicaciones de modificación de conducta aplicada al aula. Más aún, ha patrocinado y dirigido seminarios -así en la Universidad "Menéndez Pelayo" de Santander, durante varios años-, seminarios que han cumplido un papel muy importante en el desarrollo y divulgación de estos planteamientos en nuestro país.

Hay también un amplio conjunto de trabajos suyos que representan un tesoro de incitaciones e ideas sobre aplicaciones o perspectivas que, de la psicología, dan hacia muchas de las facetas esenciales de la vida del hombre actual. Tal vez su Psicopatología de la vida urbana (1977) valga ahora como muestra y compendio de ellos.

Se trata de una reflexión aguda y perspicaz sobre la múltiple función que cumple la ciudad respecto de la vida humana, y en particular sobre los problemas que conlleva el ajuste del hombre a la peculiaridad del medio representado por la ciudad moderna, y lo que cabe suponerle como futuro no lejano. Nuestra ciudad, la del hombre de fines del siglo XX, representa por un lado el medio en que aquel logra mayor conciencia histórica, posee mayor número de recursos para su existencia, y hace posible la vida con sentido de plenitud; Pinillos está profundamente convencido que precisamente sobre un dominio técnico puede producirse un cumplimiento de los valores del espíritu, de la libertad, la dignidad y la responsabilidad humanas a la altura de nuestro tiempo. Pero al tiempo es consciente de que en muchas ocasiones el medio urbano redunda más bien en un proceso deshumanizador, en mayor o menor grado, de sus habitantes. La ciudad, dice Pinillos, tiene como Jano dos rostros: uno hacia la plenitud del hombre, otro hacia su alteración y su patologización.

Lo interesante de todo ello, desde nuestra perspectiva, radica no tanto en las tesis concretas sobre la problemática psicológica urbana que el libro contiene, sino en el punto más general del reconocimiento que conlleva acerca de la peculiaridad de la conducta humana. Ha sido demasiado frecuente en nuestro tiempo que la atención del psicólogo, atraído por los temas específicos de su laboratorio, -en ocasiones ocupado tan sólo por la conducta animal-, resbalara sobre las dimensiones peculiares de la vida humana -su historicidad, su dimensión cultural y simbólica, su condición convivencial-, y sobre las particularidades de su medio o circunstancia: la ciudad, las sociedades políticas, las organizaciones, un mundo de naciones en interacción a veces cooperativa, a veces beligerante. Cuando el científico, el investigador, se movía en un plano determinado, prescindía de los demás, como es bien comprensible; pero en muchos casos ha tendido a suponer que las demás dimensiones eran, al fin y al cabo, irrelevantes con relación a una teoría general del comportamiento. Y no es así. Una psicología humana que efectivamente lo sea ha de atender a producir una teoría que dé cuenta de los comportamientos efectivamente humanos en un mundo concreto, en un aquí y un ahora determinados. La mentalidad del hombre de hoy no puede ser abordada sino desde un conocimiento adecuado de las técnicas de todo orden, comenzando por aquellas arquitectónicas que modulan la espaciosidad en que acontece la existencia, siguiendo por las que condicionan el manejo y procesamiento de información, y no olvidando las que abren la vía a la intervención genética, y el cambio y modificación de la propia realidad biológica del hombre.

Lo anterior no basta. El conocimiento de las técnicas que tienen que ver con el hombre no es suficiente. Ni lo es tampoco una revisión de sus creaciones y su cultura, sus lenguas, sus religiones, sus mitos. No se trata de repetir la tarea cumplida por Wundt, de sumar una psicología sociocultural a otra previa biopsicología. Más bien se trata de elaborar una psicología que parta de la raíz misma de los problemas: una ciencia ampliamente concebida, que busque fa explicación de los procesos comportamentales, muchas veces conscientes, con que un sujeto dotado de mente viva en un mundo físico-natural y convive con otros semejantes a él mediante el establecimiento de múltiples tipos de relación. Más brevemente dicho: se trata de hacer una psicología que, aunque interesada desde luego por los aspectos observables de la conducta, no vuelva la espalda al problema de la constitución esencial del sujeto, a su índole psicofísica, y a su dimensión consciente y responsable.

Toda la obra de José Luis Pinillos rezuma preocupación antropológica, y epistemológica, y aún me atrevería a pensar que este segundo cuidado no es sino una derivación del primero y esencial. El interés por alcanzar un conocimiento científico merecedor de tal nombre sin que se desnaturalice el objeto de investigación, el hombre mismo, es, a mi ver, la base de sus constantes reflexiones epistemológicas sobre la ciencia concreta que ha de ser la psicología.

La ciencia, como conocimiento que es, es experiencia interna, construcción subjetiva, que no puede coherentemente negarse a sí misma. Una vez que existe, su irreductibilidad cualitativa a la organización biofísica y material parece incuestionable; pero surge el problema de su sentido y su originación. Pinillos defiende, desde una posición firmemente evolucionista, que la mente -mente que en buena parte de sus procesos es consciente-, no ha caído del cielo, sino que ha surgido con funciones adaptativas en el decurso de la evolución biológica. Una vez aparecida, su capacidad de intervención y control sobre la conducta es innegable, y con ello, resulta que el hombre se constituye como un sujeto activo, creativo, planificador y responsable de buena parte de sus actos, de buena parte de su existencia. Quien lea las reflexiones de Pinillos sobre Lo físico y lo mental, o sobre Las funciones de la conciencia advertirá hasta qué punto su autor se ha liberado de las presiones académicas que parecían impedir una abierta reflexión antropológica y filosófica a los psicólogos propiamente tales, precisamente para cimentar una base conceptual adecuada a una psicología libre de prejuicios y de limitaciones previas.

El magisterio de Pinillos entre los psicólogos españoles, bien se ve ya, ha tenido una condición liberadora de incalculable valor. Ha despejado el campo de prejuicios múltiples y que ejercían su presión desde posiciones encontradas. Pues, en efecto, defendió primero entre nosotros, la construcción de una psicología científica, liberada de la tutela filosófica escolástica que reapareció tras nuestra guerra civil en academias y universidades; defendió una psicología natural y positiva, sin admitir las pretensiones de reducción de lo humano a lo animal; mantuvo la exigencia de una metodología científica para la psicología sin ceder en las extremosidades positivistas que ignoraban la subjetividad y la conciencia humanas; finalmente, ha luchado denodadamente por lograr una nueva base filosófica y epistemológica a la ciencia psicológica, sin temor a las críticas que tal actitud pudiera levantar entre quienes aún padecen, acrítica e irreflexivamente, del prejuicio antifilosófico que durante unas décadas cundió entre las filas de los psicólogos.

En esta lección resuenan ecos de la más pura tradición psicológica occidental -ecos del evolucionismo darwinista, ecos del funcionalismo de James, de la preocupación por la subjetividad de Freud y de los gestaltistas, del conflicto de paradigmas que enfrenta a conductistas y cognitivistas y constituye en buena medida la médula de la psicología de nuestro tiempo. Pero suenan también, inconfundibles, ciertas notas, o melodías, propias de nuestra más corta, más limitada tradición española: ecos del funcionalismo de Huarte, de la preocupación por una síntesis entre antropología y psicofísica que latía en Giner de los Ríos, del afán por restablecer la ciencia psicológica entre nosotros que animó a Germain y a los discípulos de Germain -al propio Pinillos, Yela, Siguán, Secadas, Forteza, Pertejo, Ubeda, Alvarez Villar...

La lección de psicología que ha venido enseñando, y enseña, José Luis Pinillos está a la altura de la ciencia de nuestro tiempo, cumple todos los requisitos de actualidad y calidad que pudieran desearse; y además, es una lección de psicología española, que hace dar un fuerte paso a nuestra tradición científica, breve aunque secular.

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