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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
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Papeles del Psicólogo, 1989. Vol. (41-42).




REFLEXIONES SOBRE EL PSICÓLOGO Y LOS SERVICIOS SOCIALES

FERRÁN CASAS y FRANCESC BELTRI

La historia del psicólogo en los Servicios Sociales de nuestro territorio es muy breve. Si exceptuamos algunos pioneros, casi toda se concentra en una década. Ya hemos apuntado en otro lugar cómo, sólo en las Administraciones públicas de las comarcas de Barcelona, se pasó de uno a 47 profesionales de 1980 a 1987 (Beltri y Casas, 1987). Con la limitada perspectiva que nos permite tener tan reducido lapso de tiempo se nos hace evidente una hipótesis, que vamos a esbozar en este artículo: el reconocimiento del psicólogo en este ámbito, al menos en Cataluña, ha seguido el mismo ritmo expansivo que el de su identificación como psicólogo social, es decir, experto en la interacción humana.

El estereotipo dominante sobre el psicólogo le ha identificado clásicamente y exclusivamente con el «clínico». Ello no sólo entre la mayoría de los ciudadanos, sino también entre los demás profesionales de las áreas del bienestar social. Mientras que esta visión exclusivizada entre el gran público dista mucho de estar seriamente cuestionada, parece que a lo largo de la última década la percepción social y las atribuciones sociales hacia nuestra profesión desde las otras profesiones más próximas han ido mortificándose, aunque muy lentamente. Con lo cual más lentamente aún los responsables de diferentes Administraciones han ido aceptando estas «nuevas» funciones «demandables» a determinados psicólogos.

A nuestro entender han habido tres dinámicas concurrentes presionando en tal dirección de cambio:

A) La llegada de ideas innovadoras, desde otros países y desde diferentes disciplinas, que han ido creando un nuevo clima social en relación a los estilos y objetivos de los programas de intervención social y psicosocial. Es especialmente destacable el redescubrimiento de la «perspectiva comunitaria».

B) La existencia en diferentes lugares concretos de profesionales pioneros luchando por introducir una línea más psicosocial de trabajo.

C) La emergencia de programas de políticas sociales que han pretendido introducir cambios sustanciales en las redes de servicios y en cuyo proceso de elaboración o ejecución se ha reconocido la importancia de la contribución psicosocial y, en consecuencia, el reconocimiento de determinadas funciones. En este caso, en Cataluña cabe destacar como contextos muy particulares las decisiones de desmasificar grandes internacos, y los procesos subsecuentemente originados tanto por parte de ayuntamientos, como de diputaciones y de la Generalitat.

Las ideologías sobre lo comunitario que llegaron a Cataluña a partir de los inicios de los años setenta procedieron de fuentes muy distintas y tuvieron una productiva y polémica concurrencia, tanto sobre profesionales como sobre responsables de políticas sociales.

Por una parte hay que mencionar las aportaciones llegadas desde la Pedagogía. Los principios de integración y especialmente el de «normalización» llegados de los países escandinavos (Bank-Mikkelsen 1969; Nirje, 1969) y referidos inicialmente a la educación de niños disminuidos tuvieron su impacto También lo tuvieron los trabajos de educación especial con niños inadaptados, especialmente a medida que se fueron conociendo las experiencias francesas (en particular, Deligny, 1970). Pero la mayor repercusión hay que atribuirla posiblemente al conocimiento de las obras de Freire, especialmente a su «Pedagogía del oprimido» (1970).

De la mano del trabajo social llegaron muchas aportaciones latinoamericanas; sin duda, las mismas que se sitúan en las raíces de la denominada psicología social comunitaria latinoamericana, que Rodríguez (trad. 1983) entronca con la «acción comunitaria». Estas aportaciones, a menudo englobadas como «reconceptualización del servicio social» (ver Casado, 1987), se enriquecieron con experiencias propias de «animación comunitarias y «desarrollo comunitario» en el ámbito rural en diferentes lugares del Estado español (conocidas ampliamente a través de la revista «Documentación Social», de Cáritas Española), y con los planteamientos freirianos. Uno de los autores latinoamericanos más destacables por su influencia es, sin duda, Ander-Egg, cuya primera edición su «Desarrollo de la Comunidad» data de 1963.

Por parte de las Ciencias de la Salud llegaron nuevas ideas, ya más familiares para la mayoría de los psicólogos que lo hasta aquí relatado, de la antipsiquiatría, y, sobre todo, los planteamientos de Caplan (1964) sobre Psiquiatría preventiva.

Todo ello sin minusvalorar otras aportaciones desde otras profesiones que para lo que aquí queremos ilustrar son más secundarias. Lo importante es que todas ellas fueron impregnando poco a poco el aire, configurando una idea de trabajo profesional renovador y de intervención social progresista en las que el protagonismo del ciudadano pasaba a ser un elemento crucial. La perspectiva de modelos de trabajo centrados en la comunidad y más abiertos a la participación fueron tomando cuerpo. Y, sobre todo (y manera más ostensible a partir de la tardía llegada de las influencias del mayo del 68), se fue aceptando contrastación del SABER científico y técnico del experto (la visión normativa de las necesidades sociales, en el planteamiento de Bradshaw, 1972), con el SENTIR de la comunidad (visión de las necesidades sociales experimentadas).

Un nacimiento con un fuerte contenido ideólógico Más centrado en la intención social de la participación como potencial autorregulador de los grupos, que no como un modelo metodológico organizado y claro sistema de intervención. Así pues, es inevitable que encontremos en las primeras experiencias forma distinta de «cómo entender» más que unas directrices claras de «cómo hacer».

La evolución posterior nos lleva a que, aunque siguen existiendo profesionales con un claro discurso centrado en el desarrollo de la opción ideológica, dominan en la actualidad aquellos que ven en el «cómo hacer» el principal reto: la exigencia del desarrollo metodológico ya no ligado a un compromiso o militancia específica. Queremos leer en ello un mayor grado de madurez que va más allá de los planteamientos entusiastas de crecimiento y del proselitismo en las ideas, para centrarse en las necesidades operativas de conseguir resultados constatarles y rigurosamente demostrables.

El proceso paulatino de implantación

Que el clima fuera favorable al cambio no significa que los cambios consiguieran una viabilidad fáctica con una cierta amplitud y repercusión.

El contexto en el que el psicólogo se movía hacía que las expectativas mayoritarias que había de sus funciones, y las demandas que lógicamente más se le explicitaban, eran las de abordar diferentes aspectos de la salud mental de los ciudadanos, realizando una tarea individualizada. El tipo de relación esperada con otros profesionales era implícitamente la de hacer de especialista a quien derivar o consultar casos, dudas o dificultades. La formación recibida en nuestras facultades posiblemente reforzaron de diversas formas este proceder.

Bajo estas influencias podemos encontrar los primeros trabajos antecesores o pioneros de psicólogos de orientación comunitaria que merecían el calificativo añadido de «contra viento y marea», y cuyas más resonantes experiencias tuvieron lugar en municipios de la comarca del Bajo Llobregat, al menos inicialmente. El florecimiento más rápido y destacable correspondió a los denominados equipos psicosociopedagógicos (o sociopsicopedagógicos, según dónde), muchos de los cuales nacieron por iniciativas voluntaristas, y acabaron siendo contratados por los ayuntamientos. A finales de los años setenta eran buen número los municipios del cinturón industrial de Barcelona que disponían de equipos interdisciplinares de este tipo que contaban como mínimo con un psicólogo. Por decisiones sociopolíticas las funciones de estos equipos fueron derivando hacia enfoques menos comunitarios y más centrados en el apoyo escolar, hasta el punto que la orientación comunitaria en equipos del ámbito educativo es hoy muy minoritaria.

Un proceso parecido puede decirse que sucedió con el importante movimiento de alfabetización de adultos nacido en los años setenta, ámbito en el que quedan pocos psicólogos de orientación comunitaria en Cataluña.

Más fluctuante ha sido el proceso en el ámbito de salud. Algunos municipios han tendido a expander la contratación de profesionales de orientación comunitaria en tan ámbito y han incorporado psicólogos, tanto en equipos de salud mental como de salud escolar. En cambio, otros municipios parecen haber hecho marcha atrás, siendo uno de los campos perjudicados, en los relativo a la presencia del psicólogo, el de la planificación familiar.

También fluctuante ha sido la presencia del psicólogo en el ámbito de la juventud y la animación sociocultural, habiendo tendido más bien a la baja.

El único ámbito en que la contratación de psicólogos sociales ha ido en lenta, pero constante, expansión es el de los servicios sociales. El primer antecedente lo encontramos en el encargo que el Ayuntamiento de Barcelona realizó a una institución privada (Centre d'Educadors) de organizar la desmasificación de sus grandes internados para niños. En los equipos de aquellas minirresidencias (colectivos infantiles) ya figuraba asignado un psicólogo a media dedicación. Aunque sus funciones no fueran claramente delimitadas y se contrapusieron diferentes paradigmas teóricos, se desarrolló una práctica mixta entre la atención clínica y el análisis institucional, incluyendo el apoyo a otros profesionales. Freud, Lacan, Piaget y Wallon fueron autores frecuentemente apelados. Sin embargo, las reestructuraciones posteriores fueron situando a los psicólogos en otros lugares de la organización de los servicios.

La llegada de los planteamientos sistémicos fueron una contribución importante al cambio: facilitaron una primera conexión entre las prácticas clínicas de algunos psicólogos y los planteamientos exclusivamente comunitarios de otros que proponían la desvinculación con las patologías individuales en el marco de los servicios sociales. Esta conexión o puente la proporcionó la práctica de la terapia familiar que iniciaron diversos psicólogos del Ayuntamiento de Barcelona hacia 1981 con precedentes anteriores. Las venidas a España de Minuchin, Sluzki y otros renombrados expertos dejaron, sin duda, su huella.

Posteriormente han florecido planteamientos más pluriparadigmáticos sobre la terapia familiar (menos sistémicamente «puras», o incluso encauzadas en otras corrientes teóricas). Una opinión barajada a menudo en discusiones analíticas de nuestra práctica profesional nos sugiere que la terapia familiar recibió un gran impulso entre los profesionales, además de por sus valores intrínsecos, porque se fue ofreciendo como una vía de salvar la fuerte disonancia existente entre la convicción de muchos profesionales de la necesidad de un enfoque «social» dentro de los servicios sociales, y su falta de formación en tal enfoque, contrastando con una formación y experiencia «clínica» cualificada. Se ha observado repetidamente cómo profesionales que defendían un cambio contextual que facilitara un enfoque más social, cuando se encontraron ante tal cambio empezaron a generar un gran abanico de resistencia al mismo.

El resurgir paulatino de la intervención psicológica de carácter institucional ha generado ya otros tipos de resistencias, más allá de la propia profesión. Las experiencias de renovación pedagógica acumuladas en los años setenta, y la innegable influencia de las ideas de Bleger, Pichon-Riviere y Mendel, entre otros, han mantenido un interés psicológico más allá de lo instituido para orientar el trabajo sobre lo instituyente. Al incorporar al demandante como objeto de intervención, con las ambivalencias que esta relación conlleva, la ha convertido en un ámbito complejo y polémico, pero que parece estar en vías de seria consolidación.

Sólo después de la paulatina aceptación del psicólogo como interventor en la familia y en la institución parece que se hizo asumible su función como interventor en la comunidad. Un libro de cabecera, el de Zax y Specter, acompañó a la mayoría de psicólogos inquietos por este proceso. Como ejemplo de estos sucesivos momentos de incorporación del psicólogo a áreas distintas cabe citar un documento programático del Ayuntamiento de Barcelona en el que aparece por primera vez en 1982 una alusión a la división del trabajo del psicólogo en «familiar, de la institución y de comunidad».

Ello explica la actual existencia de muchos más psicólogos en los Servicios Sociales de Cataluña, en la red de Servicios Sociales Especializados (segundo nivel) que en los Equipos de Atención Primaria (primer nivel), cuando es en estos últimos que parecería especialmente útil una aportación psicosocial o psicosociocomuntaria dentro del marco interdisciplinar. Y también explica la aún muy poca especificidad (o la especificidad aún mayoritariamente clínica) de la formación exigida en el momento de contratar psicólogos por parte de las Administraciones públicas catalanas, como se refleja en los temarios de las distintas convocatorias de oposiciones, que parecen preferir un mítico psicólogo omnisciente, para quien los conocimientos de las dinámicas psicosociocomunitarias pueden ser prácticamente irrelevantes.

En un estudio de Beltri y Casas (1987) sobre los psicólogos que trabajan en los Servicios Sociales de las Administraciones locales de las comarcas de Barcelona resultó que la tarea mayoritaria de los encuestados estaba dedicada a:

%

Infancia y adolescencia .................................................. 33,84
Servicios de atención primaria ....................................... 23,07
Juventud ........................................................................... 12,30
Drogodependencias ......................................................... 7,69
Vejez ................................................................................... 6,15
Disminuciones ................................................................... 4,61
Otras actividades ............................................................ 12,34

Los últimos años se ha evidenciado una tendencia expansiva demandando psicólogos de orientación social para puestos de responsabilidad en la organización y planificación de servicios (Rueda, 1983 1984, 1986), de lo que se desprende un lento, pero progresivo, reconocimiento del psicólogo social en el contexto organizacional de las Administraciones públicas. Nos encontramos en un momento de progresivo desarrollo de la Psicología Comunitaria, así como una revalorización del psicólogo cara a la gestión, campo que acoge cada día a más colegas. Por otro lado, la Psicología de las organizaciones está atrayendo rápidamente a un grupo cada vez mayor de psicólogos interesados por los enfoques comunitarios aplicados a la organización. Es interesante observar cómo en la medida en que han ido surgiendo principios cada vez más democratizadores o participativos en las organizaciones la Psicología va tomando un papel cada vez más significativo en este campo de trabajo. No es de extrañar, pues, que el desarrollo organizacional vaya teniendo cada día más adeptos entre los psicólogos.

Curiosamente el 55 por 100 de los encuestados en el estudio de Beltri y Casas (1987) opinaban que la Psicología aún está poco o nada reconocida en el ámbito de los Servicios Sociales. Mientras que un 38 por 100 de los mismos consideraban la Psicología comunitaria corno el área de conocimiento con mejores perspectivas en tal ámbito, porcentaje muy superior a cualquier otra área de conocimiento.

La demanda y su contexto

Los planteamientos de descentralización y sectorización de servicios públicos, sobre todo a nivel municipal o comarcal, generalmente unidos a los grandes procesos de desmasificación ya aludidos (aunque también a programas de apoyo a los municipios desarrollados por diputaciones), han sido un contexto favorecedor de este crecimiento de demanda de profesionales de la Psicología social. Crecimiento siempre lento por la manifiesta falta de prioridad de los servicios sociales en el seno de las políticas sociales generales.

El acercamiento a las necesidades sociales de los ciudadanos que tal proceso organizativo conlleva ha puesto de manifiesto la conflictividad psicosocial subyacente y la importancia de incrementar los equipos interdisciplinares que la aborden. En estos equipos el psicólogo ha sido paulatinamente incorporado. Su orientación comunitaria no siempre ha sido planteada de entrada, pero la práctica profesional parece que la va incorporando paulatinamente, de una manera espontánea.

Sin embargo, se evidencia con frecuencia la dificultad de articular las expectativas que tienen muchos políticos cuando piensan en contratar algún profesional que les solucione determinados problemas (es decir, la demanda), con las habilidades y funciones que los psicólogos ofrecen desarrollar.

En primer lugar, existen innegables lagunas en la formación de los psicólogos que se ofertan para puestos de trabajo en la red de Servicios Sociales, faltándoles incluso información básica de la realidad en que han de trabajar. Y en segundo lugar está aún muy arraigado el mayoritario estereotipo de que el psicólogo es el profesional «que pasa test y hace terapias», con lo cual a muchos planificadores ni se les ocurre pensar que el psicólogo social puede asumir funciones bien distintas.

Sería falso pensar que el futuro está asegurado con lo hasta aquí expuesto. Su desarrollo tiene una serie de resistencias a vencer:

a) La aún dominante visión del psicólogo como profesional exclusivamente útil ante los problemas relacionados con la salud mental (con lo cual no debe entenderse en manera alguna que nuestra postura es que no existe tal utilidad; nada más lejos de nuestra intención; lo que intentamos es resaltar la necesidad de una concepción mucho más amplia de las funciones del psicólogo profesional).

b) La cultura organizacional dominante y los valores interdisciplinares.

c) La oposición de los sectores más conservadores de la profesión, que ven en este campo una desvirtuación de las características o esencias fundamentales de la Psicología.

d) La autoexigencia de fuerte formación y profesionalidad del propio psicólogo mediante el uso explícito de métodos de valoración de su propio trabajo.

Conclusiones

Aunque el proceso de reconocimiento de las aportaciones del psicólogo social en los Servicios Sociales .sea joven y frágil, no cabe duda que ofrece importantes perspectivas, especialmente por las contribuciones que nuestra profesión pueden hacer no sólo en la compensación de déficit psicosociales, sino por las que podemos desarrollar (como ya se viene haciendo en otros países) para la mejora de la calidad de vida, de la población.

En este ámbito aún somos muy pocos profesionales de la Psicología en todo el Estado español, trabajando en medio de realidades sociohistóricas diferentes y con estructuras de recursos distintas. Consideramos improrrogable el intercambio entre la diversidad de experiencias en que estamos implicados para garantizar que algunos procesos no sean reversibles. Apenas existen publicaciones que dejen constancia del camino recorrido. La única referencia de su existencia es el conocimiento que se deriva del contacto interpersonal entre estos profesionales, base excesivamente inestable.

Paralelamente es también de crucial importancia el fomentar la elaboración de metodologías de trabajo mínimamente homogéneas que faciliten la contrastación de los resultados obtenidos en distintos contextos. Y, finalmente, y en un momento en que parece que los programas universitarios de formación de los psicólogos pueden sufrir cambios importantes, hay que insistir en la trascendencia de garantizar la cobertura de las necesidades de formación de los psicólogos que trabajan en los servicios sociales, implantando el máximo de espacios de formación posibles en relación a tal ámbito de intervención.

El camino hacia una Psicología social comunitaria aplicada está en Cataluña dando sus primeros pasos y en nuestra opinión se ofrece ya un claro y prometedor camino hacia su decidido desarrollo futuro. Falta sin embargo, que los profesionales de la Psicología mejoremos nuestra oferta y la sepamos explicar con más detalle y más didácticamente. Y, sobre todo, queda por resolver el problema psicosocial que nos vuelve, cual boomerang, a nuestra propia mesa en forma de pregunta: ¿qué debemos hacer los psicólogos sociales para cambiar la idea dominante de que todos los psicólogos son por definición clínicos?

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