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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Última difusión: Enero 2024
  • Periodicidad: Enero - Mayo - Septiembre
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Papeles del Psicólogo, 1994. Vol. (59).




LA VIOLENCIA SOBRE EL NIÑO: LA CIFRA OSCURA

BLANCA VAZQUEZ MEZQUITA

La insolidaridad social no es asimilable a la falta de prestaciones sociales. Desgraciadamente. Si fuera así, todo sería una cuestión. económica que mas tarde o mas temprano, admitiría una solución total, sea a través del 0,7%, sea a partir de un cataclismo definitivo sobrevenido al Tercer Mundo.

La insolidaridad es un término más complejo. Comienza en la familia tradicional, que como dicen los más pertinentes defensores del matrimonio indisoluble, "es la primera célula social". Ahí se aprende verdaderamente todo lo que de importante existe para vivir; incluido en esto el egoísmo suficiente para que el niño se sepa perteneciente a un grupo, el familiar, que luego se hará sucesivamente extenso y diferenciador y alentará al niño en su seguridad de pertenencia al mundo. A su mundo.

Lástima que en todo este entramado socializador tan excelentemente jerarquizado y tan benéfico para la supervivencia de la especie y de la sociedad, se han tenido que ir marginalizando formas diferentes de ser en sociedad, células que ya no caben, que son molestas y engorrosas, pero células que proliferan al fin y al cabo dolorosas y ciertas como un cáncer.

La insolidaridad comienza en la familia. En ese egoísmo que hace posible mirar la ciudad y observar a sus moradores como pequeños grupúsculos encerrados, distintos y raramente semejantes, enquistados en sus jaulas de cristal, cartón u oro, pero habitantes extraños los unos para los otros.

No importa quien es el vecino.

Quien suscribe estas líneas sabe y conoce perfectamente que hay alguien que escucha llorar a un niño en la habitación de al lado todos los días y no mueve un dedo; alguien que lee esto ahora mismo y mira hacia otra parte.

Lo sé porque lo he visto y lo veo casi todos los días.

Es mas fácil mirar hacia otro lado. Mas fácil no saber exactamente qué hacer ante determinadas situaciones. Y sobre todo, y, ante todo, a uno le han enseñado a no meterse en lo que no le importa.

La violencia social empieza en ese pertinaz "no saber" individual, porque el egoísmo siempre violenta al otro, le circunscribe, le empequeñece. Esa violencia comienza a actuar de forma paralela: activa y pasiva, sobre un menor que llora en la habitación de al lado.

He visto a niños a los que su madre deja atados a una cama durante años antes que alguien se decida a contarlo.

Seguro que esa madre había sido antes igualmente atada o abandonada, en un círculo de violencia que se va trasmitiendo sin pausa, a través de generaciones, hasta criminalizarse, acabar en prisión o en el capítulo de sucesos de la prensa.

Resulta curioso cómo esta misma sociedad que tradicionalmente "no sabe", se escandaliza entonces, cundiendo lo que ha dado en llamarse "alarma social".

Los delitos sobre menores, entre otros los llamados malos tratos, de ubicua definición, crean en todos nosotros particulares y exageradas respuestas emocionales.

Exigirnos una rápida y contundente respuesta. Una reparación social. Un escarmiento para el agresor, que a menudo, en nada puede reparar ya al niño.

Supongo que es más fácil castigar a un desgraciado agresor-víctima que asumir la dificultad de hacer frente a un problema que no es sino expresión de nuestra insolidaridad estructural, nuestra 'insolidaridad intersexos, nuestra insolídaridad intergeneracional.

El problema tiene muchos ángulos, y no todos son materiales. Violencia se da y se transmite en todo tipo de familia. Las de clase social más elevada pueden ser absoluta y despiadadamente crueles a la hora de divorciarse, lo mismo que lo han sido a la hora de habitar un hogar desgraciado. Así lo han aprendido sus hijos: la violencia retorcida del gesto, no ya del acto.

Es difícil no ser un malvado en un matrimonio que fracasa, cuando uno de los signos exteriores de éxito social lo constituye precisamente el ser capaz de crear una célula familiar estable, el propio e individual coto cerrado de egoísmo, a dos contra el mundo.

Distinto seria si fuésemos más capaces de repartir nuestra nunca satisfecha ansia de amor entre mas gente, pero ésto nos crearía graves problemas de conciencia.

Es difícil ser diferente, lo mismo que es difícil ser negro o ser niño.

Los hombres, -me encantará si alguno quiere molestarse en criticarme por lo que voy a decir-, tienen bastante que ver en el estado actual de las cosas.

Las mujeres, y los niños, y los viejos, no hemos hecho más que llegar a un mundo creado por y para hombres blancos, para la subsistencia de los hombres. Un mundo repleto de horarios, actitudes, comportamientos y tareas para hombres. (FELDMAN y otros demostraron hace tiempo que la agresión provee de un estatus social superior al que lo practica).

Gracias a FELDMAN lo mismo que a otras personas y al progreso de las Ciencias Sociales entre ellas la Psicología, hoy se habla de violencia familiar aunque esta violencia haya existido siempre y aunque no exista motivo que nos haga pensar que hoy es más que ayer. Es que ahora hablan algunas mujeres y varios niños. Por el momento pocos. Casi nunca hablan los protagonistas. Y aún menos legislan o se defienden. Esto ya es demostrativo de la repartición desigual de poderes.

La cínica manera sensata de atacar el problema de la violencia dentro de las familias pasa por una política educativa responsable.

Pero hay que actuar también en el presente. Una buena política educativa de responsabilización ciudadana y ayuda a las familias en riesgo dará sus frutos a medio-largo plazo.

Es necesario articular Servicios de Atención al Ciudadano, Servicios de Atención a las Víctimas, a dónde cualquier ciudadano afectado por un problema de este tipo pueda dirigirse.

Es claro también que una respuesta al maltrato infantil estrictamente judicial no es suficiente. El ámbito legal no puede resolver los problemas de las familias de una forma "mágica', aunque las conductas que se denuncien sean antijurídicas y exijan una respuesta penal.

Desde la Psicología nosotros tenemos una responsabilidad directa en el maltrato infantil. Como profesionales estamos obligados legalmente a denunciarlo allá donde, por nuestra práctica, lo descubramos, y no sólo los psicólogos que trabajamos para los Tribunales de justicia, sino cualquier psicólogo en el curso de su práctica.

Otra responsabilidad que nos cabe es la investigación, en tanto en cuanto es desde los principios del aprendizaje social como vamos a entender mejor esta conducta, y en definitiva como podremos actuar sobre ella.

Y por fin, es desde los medios de comunicación desde donde el psicólogo puede hacer por divulgar, informar y convencer a la población de la necesidad de una actitud activa ante el maltrato infantil.

Una vez publicada la revista, el texto integro de todos los artículos se encuentra disponible en
www.papelesdelpsicologo.es