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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
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Papeles del Psicólogo, 1982. Vol. (4-5).




LA REUNIÓN DE MURCIA SOBRE INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA

Alfredo Fierro

Hablar de "intervención psicológica", como se ha hecho en la reunión de Murcia (30 de marzo a 2 de abril), tiene a su favor la virtud de una mayor modestia que referirse a una "psicología de intervención", como rezaba el título de otra reunión, aquella internacional, celebrada en Alicante hace dos años y que bien puede considerarse como predecesora de ésta. Tal vez esta modestia sea imputable a una creciente conciencia de los límites -técnicos y científicos, no sólo éticos- del control y de la predicción de la conducta humana en el actual estado de nuestros conocimientos.

La fórmula "psicología de intervención", que para mi gusto sigue siendo una denominación sustancialmente afortunada, está expuesta al equívoco de una cierta concepción mesiánica del psicólogo, del científico de la conducta, como si él, precisamente e incluso él solo, estuviera llamado a poner orden en los entuertos de la vida humana individual y colectiva: una concepción que bien podría calificarse de platónica, por el Platón de la República, con su tesis filosófico-política de "los sabios, al poder". En la reunión de Murcia, de psicología de intervención de esta laya, platónica, mesiánica y salvadora de la humanidad, no hubo ni rastro. Un primer comentario obligado es levantar acta de este importante giro en las esperanzas depositadas en la ciencia y tecnología de la conducta. Todavía a comienzos de 1976, como prólogo a una nueva edición de su novela utópica, se aplicaba Skinner a unas reflexiones bajo el título de "Walden Dos visitado de nuevo". En la actualidad a nadie parece interesarle mucho la visita a la comunidad utópica regentada por Frazier para traerse de allí lecciones sociales y políticas. Los Frazier han llegado a la edad de retiro y recibieron todos su jubilación. Al menos ninguno de ellos estuvo en Murcia y de ninguno de ellos se adujeron enseñanzas.

Por otro lado, la cauta fórmula "intervención psicológica", en los antípodas de la anterior acepción mesiánica, puede quedar rebajada hasta la trivialidad, no significando otra cosa que la psicología aplicada en los diferentes campos donde es llamado el psicólogo: en la escuela, en el hospital general o psiquiátrico, en las relaciones familiares y de trabajo, en las instituciones en general. Aún entonces continúa siendo una acertada denominación para abrazar unitariamente áreas profesionales típicas: la psicología clínica, la industrial, la escolar. Pero es poco más que una rúbrica común para este conjunto de áreas. Si mis impresiones son correctas, en la reunión de Murcia, en las ponencias propiamente dichas y en las comunicaciones científicas, ha dominado este enfoque, y bajo el genérico rótulo de "intervención" se han abordado cuestiones más bien tradicionales y clásicas: intervención en salud mental, en ambientes educativos y familiares, evaluación de contextos o ambientes, intervención psicobiológica, etcétera. Hubo en ellas aportaciones verdaderamente interesantes, pero, como conjunto, sin novedades sustanciales: ningún análisis subversivo de anteriores tópicos, ningún área recién explorada o de reciente aplicación, ningún procedimiento innovador y original en las modalidades de la intervención. No nos sorprendamos de ello. Las "revoluciones científicas" no acontecen todos los años, ni a fecha fija como los jubileos. En estado de ciencia normal, normalizada, la psicología progresa no a saltos, sino paso a paso, a menudo con pequeños pasos.

Hay un nivel intermedio, entre los dos comentados, en el que puede hablarse bien de intervención psicológica, bien de psicología de intervención. En este nivel no se trata de mera psicología aplicada, o de cumplimiento -por parte de los profesionales psicólogos- de ciertos encargos que les son asignados por la sociedad y por sus diversas instituciones. Más profundamente, se trata de elaborar, desde las propias posibilidades y exigencias intrínsecas de la psicología como ciencia, un proyecto racional de aportación del psicólogo a la definición y al logro de objetivos humanos sociales; y también de remontar, siquiera como tentativa, el cisma entre ciencia pura y aplicada, entre psicología experimental y psicología práctica, tomando a la vida psicosocial misma como banco de experimentación, del género de experimentación que, detrás de los psicólogos soviéticos, suele denominarse "experimentación transformante" y cuyo adecuado nombre muy bien pudiera ser no menos "intervención", un modo de intervenir que participa de las características, a la vez, del método experimental y de las prácticas de un cambio, individual o colectivo.

Este último concepto de la intervención psicológica estuvo formulado en las conferencias, abiertas al público, con que cada tarde culminaban las sesiones de trabajo. Los temas de las conferencias fueron diferentes y cada uno tuvo su toque peculiar. El profesor Seoane, a propósito de "intervención ideológica y política", analizó las connotaciones y compromisos ideológicos en la psicología contemporánea, y perfiló las líneas de la rudimentaria psicología política -centrada, sobre todo, en la conducta de voto- que hoy por hoy tenemos. El profesor Pelechano, bastante severo con la que él llamó "soteriología científica" -la de los Frazier- rebasó con mucho el perímetro de su tema, "la diseminación de resultados", descalificó como ingenua la esperanza de que la mera difusión bibliográfica de los conocimientos asegure su operatividad práctica, y resaltó, de todos modos, el creciente peso del conocimiento científico en decisiones de política social. La conferencia final, a cargo de José Luis Pinillos, sobre "intervención psicológica y sociedad", fue la lección de un maestro que ha vivido y atravesado en propia carne las incidencias de la psicología en los últimos treinta años, y que de esta aventura extrae el aleccionamiento de que la objetividad no está reñida con el valor ético, ni la investigación básico con la aplicación social, ni la experimentación con un profundo humanismo.

En la reunión de Murcia, como en toda clase de congresos, jornadas o simposios con un elevado número de comunicaciones, lo que peor parado quedó fue el margen de debate, prácticamente nulo. Ponencias y comunicaciones consumieron todo el tiempo disponible, y no hubo posibilidad de debate de las mismas, salvo en algunas de sus prolongaciones fuera ya del horario oficial. El lugar de la reunión, con escasos espacios independientes, no ofrecía infraestructura local idónea para los debates, cuya ausencia -sin echarle la responsabilidad a nadie- hay que lamentar. Esta ausencia de confrontación y diálogo fue tanto más de lamentar en sesiones donde desde la mesa se emitieron hipótesis o tesis patentemente contradictorias. Tal fue el caso de la sesión sobre la "violencia y marginación social", casi monopolizada por el tema de la delincuencia, de sus determinantes y de su prevención, así como de la rehabilitación del delincuente. Los ponentes, profesores Rivas, Jiménez Burillo y Rodríguez Marín, fueron inequívocos y unánimes tanto en el señalamiento de las causas sociales de las conductas delictivas, cuanto en un crudo pesimismo acerca de las posibilidades rehabilitadoras de los establecimientos penitenciarios. A continuación de ellos, pudimos escuchar a algunos comunicantes pergeñando con trazos atractivos el papel rehabilitador del psicólogo de prisiones. Al margen de mi sesgo personal hacia un juicio más bien negro en todo cuanto se refiera a cárceles, me hubiera gustado presenciar el ajuste de cuentas entre puntos de vista contradictorios, allí defendidos, uno detrás de otro, sin solución de continuidad temporal, lo que hacía aún más flagrante e inquietante su discontinuidad doctrinal. De todos modos, no sola en ésta, también en las demás sesiones, comunicantes y meros asistentes hubieran llegado a hilar más fino confrontando sus discrepancias manifiestas y dejando emerger las que no tuvieron oportunidad de manifestarse.

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