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PAPELES DEL PSICÓLOGO
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Papeles del Psicólogo, 1992. Vol. (54).




EL OCIO COMO CULTURA DE LA VEJEZ. HACIA UNA GERONTOPSICOLOGÍA SOCIAL

ANGEL AGUIRRE- BAZTÁN.

Prof. titular de la Universidad de Barcelona, Director de las revistas Anthropológica, Revista de Etnopsicología y Etnopsiquiatría y de INFAD, Revista de Psicología de la Infancia y la Adolescencia .

I. Aspectos conceptuales previos

a) Asistimos a un notable impacto de la Antropología en el replanteamiento de la Psicología Social. Toda interacción humana se realiza en el contexto de la cultura del grupo. La formación misma de un grupo es impensable sin la creación de una microcultura que lo textualice.

Los conceptos de etnia y etnicidad como identificadores culturales del grupo ya no se refieren sólo a los macrogrupos étnicos (pueblos, tribus, naciones, etc.), sino también a las llamadas «instituciones totales» (cárcel, cuartel, empresa...), a los grupos urbanos (clubes, partidos políticos, marginales...) y hasta a las distintas etapas del ciclo vital (cultura infantil, adolescente, de la vejez, de la madurez).

La cultura es un sistema de conocimiento que nos proporciona un modelo de realidad, a través del cual damos sentido a nuestro comportamiento. Este sistema ha sido adquirido a lo largo de la tradición de la comunidad a la cual identifica (etnia), siendo transmitido (enculturación) por medio de objetos materiales (monumentos, arquitectura, etc.) y formales (instituciones, lengua, religión, etc.) (Aguirre, 1988, 208). El término etnia, que en un principio era atribuido a grupos de animales de movilidad amenazadora (abejas, pájaros, moscas ...) (vg.: Sófocles, Antígona 344), pasa, desde Aristóteles a significar las naciones bárbaras que amenazan en las fronteras (Política 1324, b. 10), significando que se consolida en el mundo romano. Por su parte, el término griego novotestamentario traduce «étnicos» por «gentiles». Cada vez que un antropólogo descubría y describía un pueblo aislado ahistórico, lo singularizaba culturalmente denominando su etnia (religión, lengua, economía, etc.). Los rasgos culturales propios constituían los indicadores de su etnia. El primitivo modelo de descripción era geografista: los pueblos étnicos vivían «aislados» en un valle o en una isla de la Micronesia, apegados a su tierra y generando una «historia» propia (lengua, religión, economía, sistema de gobierno).

A partir de la obra de F. Barth (Barth, 1969) sobre los grupos étnicos, se desmarca el concepto de etnia de su primitivo contexto rural y se reinstala en la dimensión urbana, siendo la principal característica de la etnicidad la conciencia de pertenencia a un grupo cultural: se pasa de los rasgos «objetivos» (geográficos) a los rasgos «subjetivos» (psicológicogrupales). El rasgo crítico de la etnicidad es la autoadscripción y la adscripción por otros a un grupo cultural.

Así, podemos describir a los adolescentes como un grupo étnico cuya cultura tiene muchos elementos de contracultura, y a los jubilados como un grupo étnico que ha sido instalado en una cultura del no trabajo y del ocio.

b) Lanfant (1978) y Munné (1980) han analizado las bases históricas de la idea de ocio y hasta Unamuno cree que la civilización ha sido producto de la «ociosidad», posible cuando lo permiten los excedentes económicos de la supervivencia. El otium era posible como tiempo restante del nec-otium.

El ocio se define, como el trabajo, desde la temporalidad, pero añade el constitutivo de la libertad (tiempo libre, tiempo de libertad). Algunos acentúan el tiempo del ocio en la dimensión de la libertad individual; otros ponen énfasis en la liberación del esclavismo laboral.

El ocio, tal como lo consideramos hoy, nace en el contexto industrial reciente. La actividad industrial es un proceso de transformación que tiene como fin la productividad planificada, serializada y realizada mediante máquinas. Frente al trabajo artesano de la cultura rural:

- El trabajo industrial ha introducido la máquina, señalizando la producción y liberando al obrero de parte importante de la fatiga física. A mejores máquinas, menor gasto físico y mayor productividad. El trabajo manual queda, así, desvalorizado.

- Pero, si la máquina ha reducido en el trabajador la fatiga física, ha aumentado, por el contrario, la fatiga psíquica, al limitarle su creatividad. A más rutina y automatismo, menor vivencia de la temporalidad humana.

Tan sólo un reducido colectivo dirigente tiene conciencia y responsabilidad, percepción de la totalidad del producto y creatividad humana.

Era el artesano el que tenía sentido de la totalidad: proyectaba, creaba, ejecutaba y vendía su producto. Todo el proceso de su trabajo estaba interpretado desde la temporalidad de su condición humana evolutiva (nacer, crecer, reproducir, morir). Además de la percepción de la totalidad de la obra, el artesano se vaciaba en ella, su obra era proyectada desde si mismo, era como una prolongación de su corporalidad. Por el contrario, el hombre maquinizado sólo percibe una parte del proceso de producción, no alcanzando conciencia ni responsabilidad de la totalidad del objeto creado. Desde esta falta de percepción de la totalidad, el trabajador experimenta una alienación (otros piensan por él) y una «fragmentación de su yo» (a través del objeto sólo parcialmente elaborado por él).

Para el artesano, la creación de su obra era trabajo y «juego». Por el contrario, el obrero fragmenta su yo, escinde lo laboral de lo lúdico, irá a trabajar algunas horas «por dinero» (una suerte de prostitución del tiempo vital), para poder comprarse, mediante ese dinero, una libertad (muchas veces consumiste), un cierto tipo de tiempo de libertad de ocio.

En el mundo laboral actual, a nivel de masas trabajadoras, se ha perdido la creatividad artesana. La creatividad laboral es, a veces, tan pobre que, los trabajadores llamados especialistas son, algunas veces, autómatas con menos actividad intelectual que los niños que juegan.

Es pues, la necesidad de liberarse de la fatiga psíquica que produce el trabajo serial, la que impone el tiempo de ocio.

c) Dentro del ámbito del ocio como tiempo de libertad toma cuerpo el turismo como una redefinición temporal de la vida. El turismo, como cultura del ocio, presupone una ruptura espacio-temporal respecto al mundo laboral, presentándose como una forma cultural alternativa, diferencial y complementaria, que contribuye a la restauración psíquica.

El fenómeno turístico puede estudiarse desde un punto de vista económico, social (Jafari, 1979; Cohen, 1974), antropológico (V. Smith, 1977; Graburg, 1988), psicosocial (Pearce, 1982; Aguirre, 1988), entre otras perspectivas, pero, sobre todo debe ser estudiado como un tiempo de libertad.

El tiempo turístico es un tiempo de viaje, tiempo de ruptura. Está constituido por el tiempo de ida, tiempo de estancia y tiempo de vuelta.

Tiempo de ida: «irse de viaje» es romper con la monotonía del tiempo laboral. Comienza con la elaboración del deseo de escapada hacia un lugar «utópico», en la elaboración del programa de viaje. Después, unas horas de avión o de coche dejarán al turista en un nuevo clima, paisaje, en la utopía elegida. El viaje es una ruptura temporal que le instala en un nuevo espacio.

Tiempo de estancia: instalado el turista en la bohemia del tiempo, en el suceder que rompe horarios y tiempo serial, experimenta en su corporalidad un nuevo y complaciente ritmo de vida. La fiesta será la culminación de ese tiempo de estancia. La. La fiesta significa la destrucción temporal del orden de la compulsión y de la serialización laboral.

Finalmente, el tiempo turístico cierra su periplo con la elaboración del regreso y del recuerdo. Querer mantener recuerdos, incluir la compra de algunas cosas típicas, es señal de satisfacción. La vuelta del viaje turístico es psicológicamente posible cuando ha existido una «restauración psíquica», una reorganización de la vida al haber experimentado plenamente el tiempo de, libertad, la ilusión de la libertad.

II. Ocio y turismo como cultura de la vejez

Desde estas posiciones conceptuales previas abordaremos la realidad cultural de un colectivo cada vez más numeroso, el de los jubilados, que en Europa alcanza ya el 20 por 100 de la población total (INSERSO, 1989; Altarriba, 1992).

La definición de la etapa de la vejez debe ser funcional. El límite superior es la muerte, pero el límite inferior depende del comienzo, psico-biológico que cada individuo dé al inicio del deterioro de su vida: jubilación laboral, ser abuelo, etc. jubilarse (paso en la vida que teóricamente supone «júbilo») es sinónimo de dejar de trabajar y entrar en un período de ocio forzoso.

Lo que quiebra en la vida del jubilado es su temporalidad, su forma de percibir el tiempo, que pasa de la rutina laboral o del estrés al vacío y al tiempo terminal. El tiempo del jubilado es, pues, vacío-ocio y terminalidad.

El tiempo terminal hace que el jubilado presienta la muerte a un plazo corto, inferior casi siempre a quince años. Pero, además, ese tiempo terminal es, a la vez, tiempo de decadencia física y mental, social y económica. Esperar la muerte es entrar en una temporalidad no de conquista y futuro, sino de cuenta atrás y de mirada al pasado. La vivencia de la. terminalidad es depresiva y a los naturales achaques fisiológicos se añade toda una gama de enfermedades psicosomáticas de etiología depresiva.

La depresión les impide proyectar, afrontar con ilusión las cosas, interesarse por el exterior; va acompañada de un enlentecimiento motor, de falta de atención y memoria, de amarga constatación de constantes muertes a su derredor y de la experiencia de la soledad.

El tiempo del ocio-vacío de los jubilados va precedido por el cese brusco en la actividad, del pase a la «inutilidad social» (clases pasivas), de la pérdida del espacio y tiempo del trabajo.

La jubilación es una caída en el vacío que se ha disfrazado de la palabra ocio. Los jubilados masculinos que pasaban casi todo el día en el trabajo, estorban, ahora, en casa (territorio de las mujeres amas de casa) y se dedican, a pasear incesantemente por calles y estaciones, lugares públicos y centros de jubilados.

Este tipo de ocio es una forma de «matar el tiempo», tiempo que por su forma terminal le anticipa la muerte,

a) La cultura de la vejez.

Cada etapa del ciclo vital genera un tipo de cultura. Hablar de cultura infantil es referirse a los cantos, cuentos, juegos, relaciones edípicas, animismo, etc. La emergencia de la cultura adolescente se ha hecho notar a partir de los años sesenta, cuando la música «joven» irrumpió con toda su fuerza como vivencia y comunicación entre los adolescentes. Hablar hoy de cultura del deporte, de conciertos musicales, de contracultura, de protesta, de imagen..., específicamente adolescentes, no extraña a nadie.

La sociedad de consumo se ha encargado de perfilar el diseño cultural de niños y adolescentes como un importante potencial de mercado: literatura, bicicletas, motos, discos, camisetas, marcas, calzado, etc. En la cultura adolescente, por ejemplo, las marcas de las casas comerciales (calzado, bebidas, etc.) aportan al joven signos de identidad y pertenencia a grupo.

En este sentido, podemos hablar también de una creciente cultura de la vejez. La edad de la jubilación marca un tránsito a nuevas formas «culturales» de vida y el hecho de que los jubilados alcancen en Europa el 20 por 100 de la población les confiere un poder como votantes y como consumidores de mercado. Como votantes, los jubilados marcan una tendencia al conservadurismo social que les permite la seguridad de cobrar su pensión y á mantenimiento de sus ideales y valores de vida. Como mercado, el hecho de su mermado poder adquisitivo límite esta atención hacia el consumo, que sólo se verá acrecentada cuando los niveles de ahorro y planes de pensión, de las futuras generaciones, sean una realidad.

Es verdad que niños, adolescentes y jubilados, como clases pasivas, giran en torno a la productividad de la población activa centrada en los adultos y que el mercado potencial, como diseño de la cultura del consumo, de estas edades depende de la cantidad que reciben del grupo productor. La pensión y los cuidados familiares son, a falta de una previsión de ahorro previa, las únicas entradas económicas que recibe el jubilado y sobre las que deberá programar su cultura de ocio.

No queremos, con esto, reducir la cultura de la vejez al ámbito del consumo, puesto que en ella entran el mundo de las creencias y valores, las habilidades, su configuración social, los roles que ejercen, etc., pero, en una sociedad como la occidental, la realización cultural depende, en gran parte, de la capacidad económica.

Desde otro ángulo, los jubilados forman un grupo étnico porque tienen conciencia de pertenencia al grupo y desarrollan una cultura propia de identidad. En efecto, han accedido al grupo de una forma ritual iniciática: después de la fotografía y la comida de despedida (Kaës, 1976: en el día de la jubilación laboral, junto a sus compañeros de trabajo, se accedió al mundo de los apartados del ira bajo. Este rito iniciático es doloroso y muchos lo vivencias depresivamente e incluso, mueren a causa de su inadaptación al nuevo estatus. A partir de aquí, el cambio a una nueva forma de vida en la que hay abundante tiempo disponible, entre otras cosas, para encontrarse con lo! otros jubilados con los que se formará grupo social (et grupo) por identidad situacional. Esta conciencia de et grupo es una forma de etnicidad, de identidad cultural Los jubilados son «étnicos» y todo el que llega a la veje: debe enculturarse en esa cultura del etnogrupo de la vejez.

b) El ocio como cultura de la vejez.

En la etapa laboral, el ocio ha sido una conquista, tiempo libre arrancada al tiempo del trabajo. La lucha contra la reducción de horas de trabajo fue una constante desde los primeros momentos del capitalismo industrial. El ocio era tiempo libre de la esclavitud del trabajo y tiempo de liberación de la persona.

Hoy se ha pasado de una concepción del ocio cuyo punto de partida era la actividad productiva (ocio: tiempo improductivo, pecaminoso para el pensamiento protestante; tiempo de libertad y de liberación, de goce y de fiesta, para el pensamiento católico), a un tiempo de ocio cuyo elemento referencias es el tiempo de consumo (comprarse tiempo, vivir intensamente, comprar felicidad).

En su primera referencia al tiempo laboral, el ocio del jubilado es un tiempo post-laboral. Se deja de trabajo porque ya se ha trabajado «bastante» (y esto le da derecho a la pensión), porque ya no se sirve para el trabaja(reducción de fuerzas físicas y mentales). Para el pensamiento protestante, el tiempo de ocio de la jubilación e tiempo improductivo, pero mantiene la dignidad del «trabajo ya realizado», de la labor cumplida. El ocio del jubilado está significado desde el trabajo realizado «durante toda la vida», es decir, si la vida es el trabajo, el ocio es la paciente y religiosa espera del premio eterno. El trabajo es la «justificación» religiosa de la vida y de la salvación eterna.

En su segunda referencia, el ocio como consumo, en la jubilación, de indudable contextualización católico-mediterránea, es el consumo de felicidad, la destrucción de tiempo del trabajo. De la misma manera que un mediterráneo dice que si le toca la lotería se compra tiempo y deja el trabajo, el jubilado está esperando hacerse pensionista en las mejores condiciones posibles para dedicarse a hacer «sus cosas», a «vivir la vida» a disfrutar un permanente tiempo vacacional. Es evidente que el jubilado ha cambiado de cultura del ocio y está hoy más cerca de la cultura consumista del ocio, lo que hace que los «planes de pensiones» estén encaminados a posibilitar ese consumo por encima de las exiguas pensiones oficiales. Esta cultura consumiste del ocio está transformando la mentalidad de la etapa adulta, la cual piensa en la significación económica de la vejez (economía de rentas, capitalización de pensiones, ahorro, patrimonio, etc.) como sustrato económico necesario para una cultura consumista del ocio.

Entre los niveles consumistas del ocio se encuentran: la seguridad de la subsistencia (casa, salud, compañía, alimentación y vestido), viajes y turismo, cultura (cine-TV, lectura, amistad), etc. Todas estas necesidades del tiempo de jubilación serán definidas en términos de «paquetes de consumo» por la industria y el comercio que ha encontrado, junto a la infancia y la adolescencia, la vejez, como etapa no productiva de consumo, pero objeto de mercado.

c) El turismo como cultura de la vejez

El turismo de la vejez, tal como lo hace INSERSO, llega a veces a la caricatura. Introducir en un autocar a un grupo de jubilados, hacerles viajar más de cincuenta kilómetros, darles de comer comida de restaurantes de «colesterol», etc., no deja de ser una propuesta primitiva, pensada para jubilados de áreas rurales que nunca han visto ciudades ni playas, para los que la salida de su medio rural se justifica a sí misma.

La primera dimensión del turismo de la vejez pasa por elaborar su utopía, el lugar a donde quieren «escapar». En el mundo adulto, inserto en el marco laboral, está claro cual es el diseño proyectivo de la utopía: «irse de viaje» para reencontrar un tiempo de libertad lejano al tiempo reglamentado de lo laboral, y un espacio natural, de vivencia sensorial que se ejemplifica con islas como Hawai, Mallorca, Seychefles, cte. ¿Hacia dónde quiere ir el jubilado, en su proyección turística?

El mundo en el que vive el jubilado no es un mundo de libertad, aunque sea un mundo de tiempo libre. De entrada, la pensión es un sueldo diezmado y ha restringido notablemente la movilidad del consumo. Situado en una posición de tiempo libre en una sociedad en que la libertad se mide por el orden adquisitivo, poco más puede hacer que pasear y entrar en los lugares en los que no hay que pagar. A la limitación económica la acompaña la limitación corporal: achaques, decadencia sexual, control del régimen alimenticio, vista cansada, etc., dibujan un panorama de ocio cercano al aburrimiento. Marcharse pues, a otra parte, soñar con una escapada turística es casi lo mismo que negarse esta realidad. Un ejemplo puede darnos la pista:

Acompañé a un grupo de jubilados de Bilbao a Benidorm para una estancia de dos semanas. Mi propósito era acompañarles «etnográficamente» en el traje (turismo proyectivo) y volver a etnografiarles en un viaje de vuelta, al final de la estancia. Fueron más de siete largas horas de autocar con algunas breves paradas para «estirar las piernas» e ir al WC, una más prolongada parada para comer El relato de ida podría resumiese así a los viudos, sus hijos les habían dado infinitos consejos (tomarse las pastillas, vigilar las comidas, no hacer excesos, caminar un par de horas, llamar por teléfono cada dos o tres días, cuidar su ropa, etc., etc.). A los casados, la mujer se encargaba de «controlar» a los honores y de repetir las consignas de las hijas. A la vuelta, los más reacios a volver fueron los solteros y algunos se quedaron. Encontraron agradable el ambiente de Benidorm en la temporada baja turística (a la que van los jubilados). Se olvidaron de los medicamentos o los tomaron de forma irregular, abusaron un poco de la comida y se fueron tarde a la cama. Todos valoraron de forma positiva el descontrol y el no estar vigilados por sus familiares, pero sobre todo lo que les llenó de gozo fue la libre amistad con nuevos conocidos y con nuevos amigos/as en parejas de baile, paseos, tertulias o comida.

Benidorm fue una utopía de libertad, de un cierto descontrol y exceso, de rotura de los tiempos de orden familiar (horarios, cuidado médico, etc.), de iniciativa y creatividad, de nuevas amistades. Casi todos decidieron volver y estar más tiempo, contaron «aventuras» a sus amigos de Bilbao, los cuales se animaron a viajar al año que viene para «ver qué habla por allí».

La utopía turística no consiste en programar un viaje como un deber más, como algo ritual que hay que hacer, sino en ensoñar la libertad, frente al aburrimiento o a la muerte, frente a la soledad y la decadencia.

El turismo representa, en este sentido, una elaboración del deseo (proyectando la escapada, imaginando la conquista, Fusionando la vida cotidiana), una estancia de fiesta, descontrol parcial, sensación de libertad y goce corporal, y un tiempo de regreso con sensaciones que tardarán en borrarse y que alimentarán nuevos deseos.

III. Algunas conclusiones

Llama poderosamente la atención el poco espacio que las monografías de gerontopsicología dedican, al tiempo del ocio en la vejez, cuando este colectivo ha sido arrojado a un esquema de ocio, que no pocas veces significa aburrimiento y depresión.

Toda Psicología Social de la vejez debe plantearse, en primer lugar, el marco cultural de esa comunidad jubilada, la cultura en la cual se interrelacionan socialmente. Si nadie podría comprender la adolescencia sin conocer los esquemas culturales y contraculturales en los que organizan sus comportamientos, de la misma manera, es impensable una gerontopsicología sin demarcar las constantes culturales que definen el comportamiento de los jubilados.

Una cultura del ocio, como tiempo de libertad y de goce, para la vejez, es quizá la única respuesta válida para un colectivo que vivencia la temporalidad, habitualmente, en términos de decadencia, depresión y terminalidad.

Quince años de vida jubilada con autonomía corporal y mental, pueden ser, desde la rica experiencia anterior, tan intensos y fructíferos que parezcan toda una segunda oportunidad en la vida.

Es un bien tan escaso y precioso el tiempo vital para un jubilado que es una grave irresponsabilidad dedicarlo a «matar el tiempo» en un ocio que se asemeja a la tranquilidad de los cementerios.

Más que intervenciones puntuales y de buena voluntad, como periódicos viajes en autocar, la vejez necesita una redefinición de su cultura del ocio y la potenciación de su interrelación social.

BIBLIOGRAFÍA

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J.L. Vega: «Psicología de la vejez». Univ. Salamanca. 1990

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