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PAPELES DEL PSICÓLOGO
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Papeles del Psicólogo, 2003. Vol. 24(85).




CONDUCTAS SEXUALES DE RIESGO Y PREVENCIÓN DEL SIDA EN LA ADOLESCENCIA

José Pedro Espada Sánchez*, María José Quiles Sebastián** y Francisco Javier Méndez Carrillo*

*Universidad de Murcia. **Universidad Miguel Hernández

En este trabajo se revisan las investigaciones sobre conductas sexuales adolescentes y se sintetizan los principales modelos teóricos que explican la adopción de medidas de protección ante situaciones de riesgo relacionadas con el sida. La falta de información puede inducir a realizar comportamientos con riesgo de transmitir el VIH y de tener embarazos no deseados, si bien otras variables de tipo social, conductual y cognitivo también explican las conductas sexuales de riesgo. Se destaca la importancia de que el adolescente perciba el riesgo potencial y se sienta competente para desarrollar comportamientos protectores, y que los beneficios de tomar estas medidas sean más valorados que los costes.

This article reviews some studies about sexual behavior by adolescents, and synthesizes the main theoretical models that explain the adoption of protective behaviors under situations of HIV risk. The absence of information as well as social, behavioral, and cognitive variables could also account for some behaviors associated with pregnancy and HIV risk. The relevance of individual risk perception and feelings of self-efficacy to develop protective behavior in adolescents is discussed. It is argued that the benefits of adopting these behaviors outweigh the costs.

Las relaciones sexuales en la adolescencia

Según el último informe sobre la epidemia del sida (ONUSIDA, 2002), casi la mitad de las nuevas infecciones se dan en jóvenes entre los 15 y los 24 años. Para poder realizar intervenciones preventivas eficaces, es preciso conocer las variables que originan y mantienen las conductas de riesgo de los adolescentes. En este artículo se revisan las investigaciones sobre conductas sexuales en la adolescencia y se analizan los modelos teóricos más relevantes que explican las conductas de protección ante situaciones de riesgo relacionadas con el sida. Las aportaciones teóricas de estos modelos han de reflejarse en la adecuación de los programas preventivos, que deben incidir en las variables de peso en los comportamientos de salud.

La adolescencia es un período en el que se experimentan importantes cambios a nivel biológico, psicológico y social. Durante esta etapa suele aumentar el interés por el sexo y darse las primeras relaciones sexuales. Para que esta primera relación pueda considerarse saludable, debe cumplir algunos requisitos: a) anticipada, es decir, prevista con antelación; b) deseada por ambos miembros de la pareja; c) con protección ante riesgos de embarazos no deseados y de enfermedades de transmisión sexual (ETS); y d) disfrutada, resultando gratificante para los dos (Mitchel y Wellings, 1998). Estos autores pidieron a un grupo de jóvenes de 16 a 29 años que les relataran su primera experiencia sexual. Gran parte de ellos reconoció que su primera relación fue totalmente inesperada. En esta línea, Loewenstein y Frustenberg (1991) hallaron que en una muestra de mil personas, el 65% no había previsto su primera relación sexual. Esta circunstancia, que se da también entre los adolescentes españoles (López, 1995), hace muy improbable la adopción de medidas protectoras.

A continuación se describen los principales aspectos que caracterizan las relaciones sexuales en la adolescencia, como la edad de inicio, el tipo de relaciones, el número de compañeros sexuales, o los conocimientos sobre los riesgos asociados.

Edad de las primeras relaciones

Como promedio, el primer contacto sexual suele darse en torno a los 16 años (Bimbela y Cruz, 1997; Cerwonka, Isbell y Hansen, 2000; INJUVE, 2000). Aunque las chicas alcanzan antes la madurez sexual, suelen ser los chicos quienes se inician primero. Weinberg, Lottes y Aveline (1998) encuentran promedios muy similares en mujeres y varones europeos, siendo en las primeras la edad media 17,3 años y 17,7 en los varones.

Conductas sexuales en la adolescencia

a) Masturbación: tanto la autoestimulación, como la masturbación de la pareja son prácticas muy extendidas entre los adolescentes. Entre jóvenes estudiantes se han observado tasas que llegan al 95 %, y cerca de la mitad se masturban con una frecuencia de una o más veces por semana. Dos tercios de los varones la practican frecuentemente, frente a tan sólo un tercio de las mujeres (McCabe y Cummins, 1998; Weinberg, Lottes y Aveline, 1998).

b) Sexo oral: los estudios con adolescentes indican que más de la mitad de los sujetos han tenido alguna práctica de sexo oral, llegando al 76 % en los varones y al 66 % en las mujeres (Murphy et al., 1998). Otras investigaciones, sin embargo, muestran que las chicas practican el sexo oral con más frecuencia que los chicos (McCabe y Cummins, 1998).

c) Coito vaginal: entre el 68 y el 83 % de los jóvenes manifiestan haber mantenido relaciones sexuales con penetración vaginal (McCabe y Cummins, 1998). Otros estudios indican que entre chicas y chicos sexualmente activos, el 100 % ha tenido alguna relación con penetración vaginal (Murphy et al. 1998).

d) Coito anal: esta práctica, una de las que conlleva mayor riesgo de transmisión del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), tiene una frecuencia muy variable en función de los estudios. Murphy et al. (1998) encontraron que el 11 % de los adolescentes iniciados sexualmente habían realizado este tipo de relación. Distinguiendo entre sexos, Weinberg, Lottes y Aveline 1998) señalan que entre el 8 y el 12 % de jóvenes varones habían mantenido relaciones con penetración anal, siendo algo más frecuente esta práctica en las mujeres, entre el 11 y el 15 %. Otros estudios refieren porcentajes superiores, hasta del 25 % en mujeres adolescentes (McFarland, 1999).

Número de parejas sexuales

Es un hecho que los adolescentes cambian de compañero sexual con mayor frecuencia que los adultos (Founilloux, 1999). La relevancia de este dato radica en que a mayor número de parejas, aumenta la probabilidad de contraer una enfermedad de transmisión sexual. Se da además la circunstancia de que los jóvenes con más parejas y mayor número de contactos sexuales son quienes emplean menos el preservativo. En nuestro país, los adolescentes entre 15 y 17 años sexualmente activos han tenido entre uno y dos compañeros sexuales como promedio (INJUVE, 2000). Existe diferencia de género en cuanto a la promiscuidad sexual: los chicos suelen tener mayor variedad de parejas que las chicas, llegando en ocasiones a ser el doble (Cerwonka, Isbell y Hansen, 2000; Rotheram-Borus, Marelich y Srinivasan, 1999).

Conocimientos sobre el sida

En una muestra representativa de más de 1500 estudiantes con edades entre 14 y 21 años, Ordoñana et al. (1995) estudiaron el nivel de conocimientos sobre la infección por el VIH, formas de transmisión y medidas de prevención. Una gran mayoría (80 %) pensaba que el agente causante del sida era una bacteria. Más de un tercio desconocía la posibilidad de ser seropositivo y no estar enfermo, y más de la mitad pensaban que a una persona infectada se le reconoce por su aspecto. Respecto a las formas de transmisión, casi una tercera parte (32,2 %) veía riesgo por convivir con un afectado, y una gran mayoría (94 %) opinaba que recibir una transfusión de sangre implicaba un alto riesgo de infección. El 23 % pensaba lo mismo de los besos. En cuanto a las medidas de protección, los jóvenes conocían la eficacia del preservativo, ya que era valorado por casi todos los sujetos (91 %) como un buen método de prevención. Sin embargo, existían también creencias inexactas al respecto, observándose que cerca de la mitad (40 %) pensaba que teniendo únicamente relaciones heterosexuales no existe riesgo de contagio. Estos datos son coincidentes con los hallados en otras investigaciones en población española (Usieto y Sastre, 2002) por lo que se constata que, pese a que los adolescentes están informados acerca del sida, mantienen creencias erróneas que pueden exponerles a situaciones de riesgo.

Medidas de protección que adoptan ante el sida

El preservativo es el método anticonceptivo más utilizado entre los jóvenes europeos. Según aumenta la edad su uso disminuye, pasando a emplear píldoras anticonceptivas. No obstante, el uso conjunto de ambos métodos se ha incrementado en la última década (Coleman, 1999). En los Estados Unidos, la mitad de los adolescentes reconocen no haber empleado profiláctico en su última relación sexual, y un tercio ningún tipo de método anticonceptivo (Hocking, Turk y Ellinger, 1999).

La realidad en nuestro país se asemeja bastante a la de Norteamérica y resto de Europa. Gras et al. (2000) observaron que entre los estudiantes de tres universidades españolas, menos de la mitad de los sujetos sexualmente activos utilizaban siempre el preservativo. En un estudio con adolescentes andaluces, más de un tercio no utilizó ningún método de protección en su primera relación, y el 31 % usó la marcha atrás (Bimbela y Cruz, 1997). Se han hallado evidencias de que los jóvenes suelen emplear más el preservativo con parejas ocasionales que con la pareja habitual. Casi la mitad de los sujetos utilizaban preservativo con compañeros esporádicos, pero se mostraban más resistentes a usarlo con sus parejas estables. Posiblemente la resistencia se deba a las connotaciones que implica solicitar a la pareja habitual el uso de preservativo. Por otro lado, cuantas más parejas tiene un adolescente, menos utiliza el preservativo (Lameiras y Failde, 1997; Pleck, Sonenstein y Ku, 1993). Así pues, nos encontramos con la situación paradójica de que mientras el riesgo crece, las conductas de prevención disminuyen.

Adquisición y mantenimiento de conductas de protección

Tras analizar algunos aspectos sobre la conducta sexual de los jóvenes, surgen varias cuestiones al respecto: ¿por qué razón los adolescentes se exponen a situaciones que implican riesgo para su salud?, ¿carecen de información?, ¿les falta concienciación?, ¿desconocen el riesgo de las relaciones sin protección?, ¿qué elementos obstaculizan la puesta en práctica de las medidas que les protegen de la infección?. Se ha tratado de dar respuesta a estos interrogantes desde las diversas aproximaciones teóricas.

Según el modelo socio-cognitivo desarrollado por Bandura (1994) el comportamiento humano se explica a partir de tres elementos que se interrelacionan modificándose el uno al otro: a) los determinantes personales, que incluyen factores cognitivos, afectivos y biológicos; b) la conducta, y c) el ambiente. Desde este punto de vista, una actuación preventiva eficaz debe actuar sobre estos tres factores, incluyendo los siguientes componentes: 1) información, con el fin de alertar a la población y aumentar su conocimiento acerca de los riesgos que conlleva el sexo sin protección, 2) desarrollo de habilidades sociales y de autocontrol, necesarias para que los conocimientos adquiridos se traduzcan en conductas concretas, 3) potenciar la autoeficacia, de forma que el adolescente tenga oportunidad de practicar y mejorar sus habilidades en situaciones de alto riesgo, y 4) apoyo social: fomentando el apoyo interpersonal para afirmar los cambios que una persona va realizando en sus hábitos. Para que la información resulte eficaz, debe transmitir a los destinatarios la creencia de que ellos mismos pueden modificar sus hábitos y mejorar su salud y, a continuación, enseñarles a realizar dichos cambios. La información sobre los hábitos de salud y las enfermedades puede hacer hincapié en los beneficios de los comportamientos saludables, o bien en las pérdidas o daños como consecuencia de unos hábitos nocivos.

El modelo de creencias de salud (Becker, 1974) se enmarca entre las teorías del valor-expectativa, y supone que las conductas de protección están en función de:

a) la percepción subjetiva del riesgo que corre el sujeto de contraer una enfermedad.

b) la gravedad percibida acerca de la enfermedad: la seriedad que el sujeto le atribuye, incluyendo consecuencias médicas como el dolor y la muerte, y también sociales y económicas.

c) los beneficios esperados por la puesta en práctica de las conductas de protección.

d) las barreras percibidas, o los costes derivados de realizar un comportamiento saludable. Estos inconvenientes pueden derivarse de la peligrosidad del comportamiento, por su coste económico, por lo desagradable de su ejercicio, o por el tiempo requerido. El sujeto sopesa los costos de poner en práctica la conducta preventiva y los beneficios que puede obtener.

e) las señales de atención que le recuerdan al sujeto la realización de actuaciones preventivas.

Páez, Ubillos, Pizarro y León (1994) aplican este modelo a la prevención del sida, señalando que para que un adolescente adopte conductas de prevención deben darse cinco elementos: a) que perciba el sida como una enfermedad grave, b) que esté realmente en riesgo o sea susceptible de adquirirlo, c) que conozca los mecanismos de prevención, d) que se encuentre motivado para ponerlos en práctica, y e) que cuente con los recursos necesarios para implantar finalmente las conductas de protección.

El modelo de la acción razonada (Ajzen y Fishbein, 1980) postula que los sujetos tienden a comportarse en función de dos factores: la valoración que realizan de las consecuencias de su comportamiento y las expectativas de obtener esos resultados. Estos dos elementos, junto con la norma subjetiva, conforman una intención conductual, que posteriormente puede dar lugar a realizar una conducta de prevención. Si aplicamos este esquema a la adopción de medidas protectoras frente al sida, en primer lugar el adolescente debería evaluar positivamente el uso del preservativo y tener expectativas favorables acerca de los beneficios que su uso le puede reportar. Además, si considera que sus "otros significativos" (amigos y compañeros de su edad), valoran positivamente su uso y a su vez lo utilizan, el adolescente tenderá con mayor probabilidad a emplear el preservativo en sus relaciones sexuales.

También se ha aplicado el modelo transteórico del cambio (Grimley, Prochaska y Prochaska, 1997) para explicar los mecanismos de adquisición y mantenimiento de la conducta de usar preservativo. Según esta teoría, para que las campañas y programas de prevención obtengan el éxito esperado, deben tener presente la disposición hacia el cambio por parte de los destinatarios. De hecho, tan sólo un tercio de las personas que son objeto de programas preventivos se encuentran preparadas para usar el preservativo de forma correcta y consistente. De esta forma, los programas orientados a la acción estarían perdiendo dos tercios de la población de alto riesgo, debido a que estos sujetos tienen menor probabilidad de responder a los mensajes de salud. Según este modelo, existen varios estadios de cambio que preceden y siguen a la toma de decisión de una persona de usar consistentemente el preservativo: 1) precontemplación: en esta etapa se encuentran los sujetos que no utilizan siempre el preservativo, y que no tienen intención de empezar a hacerlo en un futuro inmediato, 2) contemplación: se hallan en esta fase las personas que no utilizan el preservativo siempre, pero tienen la intención de empezar a hacerlo en los próximos seis meses, 3) preparación: los sujetos en esta etapa utilizan preservativo a veces, o casi siempre, y pretenden comenzar a usarlo "siempre" durante el próximo mes, 4) acción: personas que emplean preservativo "siempre", y llevan haciéndolo un tiempo inferior a seis meses, y 5) mantenimiento: personas que hacen un uso consistente del preservativo durante un período superior a los seis meses.

La segunda dimensión de este modelo son los procesos de cambio. Se refieren a la forma en que los individuos van cambiando, e incluyen sus actuaciones manifiestas y encubiertas. El modelo describe once procesos de cambio aplicados al uso de preservativo (véase Grimley, Prochaska y Prochaska, 1997). Otro componente de este modelo es el balance decisional, que se define como la valoración de las ventajas frente a las desventajas de usar preservativo. Este es un aspecto en común con el modelo de creencias de salud, que también otorga un papel relevante a la evaluación de los beneficios y pérdidas por el uso del profiláctico. Desde la perspectiva del modelo transteórico del cambio, las personas que se sitúan en las primeras etapas (precontemplación, contemplación) valoran más los contras que los pros del uso de preservativo. Según se avanza en los estadios, la tendencia se invierte, valorándose menos los inconvenientes y otorgando mayor valor a las ventajas.

La última aproximación teórica que queremos comentar es la propuesta por Green et al. (1980) a través del modelo PRECEDE. El término proviene de la expresión inglesa "Predisposing, reinforcing and enabling causes for educational diagnosis evaluation". El modelo describe las variables que anteceden y suceden a las conductas de salud, agrupándolas en tres apartados: variables predisponentes, facilitadoras y reforzantes.

a) Factores predisponentes: incluyen la información, las actitudes, los valores y las creencias.

b) Factores facilitadores: se refieren a las habilidades para desarrollar los comportamientos preventivos, los recursos (materiales) y accesibilidad a los mismos (por disponibilidad o por factores personales).

c) Factores reforzantes: incluyen las actitudes y conductas presentes en el medio (consecuencias que se obtienen en la familia, la pareja, la escuela etc, por desarrollar las conductas saludables).

El modelo PRECEDE ha sido empleado como herramienta de diagnóstico evaluación de las conductas adolescentes, ya que permite organizar las variables que median en la asunción de riesgos. Resulta igualmente de utilidad para planificar intervenciones preventivas. Bimbela y Gómez (1994) describen diversas aplicaciones de este modelo llevadas a cabo mediante intervenciones comunitarias de prevención del sida, tanto en usuarios de drogas por vía intravenosa como con jóvenes de alto riesgo.

Variables que explican las conductas de riesgo

Los principales factores que determinan la adopción de conductas de protección frente al sida entre adolescentes pueden agruparse en cognitivos, actitudinales y conductuales.

Variables de carácter cognitivo

a) Sesgos en la información y creencias erróneas

A menudo los comportamientos de riesgo son consecuencia de los déficits en los conocimientos y de las creencias erróneas o inexactas sobre la sexualidad o el sida. Los adolescentes suelen plantear en el aula cuestiones que corroboran esta idea, por ejemplo: "¿Es verdad que la primera vez que se hace el amor la chica no puede quedarse embarazada?", o: "¿No es posible saber si un chico está sano a simple vista?". También se detectan lagunas informativas a la hora de discriminar las prácticas seguras de las que no lo son. Por ejemplo, una creencia errónea mantenida por la mitad de los adolescentes en el estudio de Bakker (1999) era pensar que el uso del diafragma con espermicida evitaba la transmisión del VIH.

b) Percepción normativa

Este concepto hace referencia a lo que un sujeto cree que piensan y hacen el resto de individuos semejantes a él. En el caso de los adolescentes y las conductas de protección frente al sida, un individuo que se plantea si su edad es idónea para tener una primera relación sexual se preguntaría: "¿Qué opina la mayoría de mis amigos sobre mantener relaciones sexuales a mi edad?". Varios estudios han asociado la percepción normativa de los adolescentes con su actividad sexual, encontrando que los que perciben que el uso de preservativo está socialmente aceptado entre sus iguales es más probable que lo utilicen (DiClemente, 1991; Romer et al, 1994; Schaalma, Kok y Peters, 1992; Walter et al., 1992).

c) Percepción de riesgo

Aunque en menor medida, el sida continúa percibiéndose como una enfermedad marginal. Por tanto, los adolescentes que no se vean en riesgo de contraer el VIH probablemente no atenderán a la información que llegue hasta ellos a través de campañas o programas escolares. En el estudio de Murphy et al. (1998), se halló que el 87 % de los adolescentes no se consideraban en absoluto en riesgo o, en todo caso, de manera muy remota. Más de un tercio estimaba que no era posible contraer el VIH en un futuro próximo, y el 42 % consideraba que tenía menos de un 50 % de probabilidad de contraer el virus.

d) Percepción de la gravedad de la enfermedad

Tal y como postula el modelo de creencias de salud, es más probable que el adolescente evite comportamientos de riesgo si el balance entre el esfuerzo y las consecuencias de su conducta se decanta hacia la toma de medidas de protección. La gravedad de las consecuencias, en este caso la enfermedad, es un factor de peso a la hora de valorar costes y beneficios.

e) Percepción de la capacidad para adoptar conductas protectoras

La adopción de medidas preventivas pasa porque los adolescentes se auto-perciban competentes para seguirlas. En este sentido, es importante cómo atribuye cada persona las causas de la infección: si un individuo explica el hecho de infectarse como un caso de mala suerte, poco puede hacer para salir airoso de una situación de riesgo, salvo tocar madera. Se trata pues, de llegar a que el adolescente perciba que las consecuencias dependen de sus propios comportamientos y no de factores externos.

f) Nivel de preocupación

Bimbela y Gómez (1994) analizan la conveniencia de recurrir al miedo para prevenir las conductas de riesgo sexual. Los mensajes basados exclusivamente en el miedo consiguen aumentar el nivel de preocupación de aquéllos que no se encuentran en riesgo, mientras que los sujetos que sí lo están tienden a la negación de dicho riesgo. Es conveniente, por tanto, un equilibro entre la activación del miedo y la información constructiva.

g) Percepción de que los cambios conductuales reducirán los riesgos

Para establecer esa relación entre comportamiento y reducción de riesgos, la información sobre los métodos preventivos debe ser coherente. El adolescente necesita garantías de que su comportamiento seguro (que implica ciertos costes inmediatos, mientras que los beneficios son a largo plazo) le va a proporcionar las consecuencias positivas deseadas. En ocasiones, los mensajes que recibe el sujeto son contradictorios. Por ejemplo, por un lado aparecen eslóganes que animan a usar siempre el preservativo, mientras que por otro lado surgen voces poniendo en duda la eficacia del profiláctico para evitar la transmisión del VIH. Una información incompleta, errónea o contradictoria puede hacer que la persona se perciba como incompetente para prevenir de forma eficaz el contacto con el virus.

Variables actitudinales

Las actitudes no garantizan la realización final de una conducta, pero sí predicen una mayor probabilidad de aparición. Así, el hecho de que un adolescente decida mantener únicamente relaciones sexuales seguras, no es garantía de que finalmente se comporte así. En cualquier caso, los datos de la investigación en este campo indican que aunque la intención no es suficiente, sí es necesaria. Diversos estudios han mostrado que la intención de mantener abstinencia sexual correlaciona negativamente con el número de experiencias sexuales. Por otro lado, la intención de usar preservativo en un futuro contacto sexual correlaciona positivamente con su uso (Goh, Primavera y Bartalini, 1996; Sheeran, Abraham y Orbell, 1999).

Variables conductuales

a) Consumo de alcohol y otras drogas

El consumo de drogas puede provocar una disminución en la percepción del riesgo, una sobrevaloración de las propias capacidades y un sentimiento de invulnerabilidad. En algunos estudios se ha hallado que hasta el 86 % de los sujetos habían mantenido relaciones sexuales sin protección bajo los efectos del alcohol. Respecto al consumo de otras sustancias, casi un tercio realizó conductas de riesgo después de consumir marihuana. Existe una relación progresiva entre el consumo de alcohol y las conductas de riesgo: los adolescentes que beben con más frecuencia tienen más relaciones sexuales sin protección (O’Hara et al., 1998).

b) Variedad de parejas

Existe una relación positiva entre el riesgo de infectarse con el virus del sida y el número de compañeros sexuales. Sin embargo, limitar el número de parejas sexuales, o tener solamente una, no garantiza estar protegido frente al VIH, a menos que al inicio de la relación ambos sean seronegativos y se mantengan fieles a su pareja. Deben darse las dos condiciones para garantizar que en una pareja estable no existe posibilidad de contraer el VIH u otras ETS. La monogamia serial, o el mantenimiento de varias relaciones estables y fieles sucesivamente, no supone ninguna garantía de protección frente al sida.

c) Utilización adecuada del preservativo

El correcto uso del preservativo determina su eficacia como barrera frente al VIH. El reducido margen de fallo de este método anticonceptivo se debe en gran medida a su utilización inadecuada. La habilidad de emplear de forma correcta el preservativo de látex se puede aprender fácilmente, observando y practicando con prótesis.

d) Habilidad para solicitar sexo seguro a la pareja

Consiste en la capacidad para plantear eficazmente el uso de preservativo o realizar sexo seguro, y mantener a la vez una relación positiva con la pareja. Según se ha observado, no existen diferencias entre chicas y chicos en las habilidades de negociación sexual (Rotheram-Borus et al., 1999).

e) Asertividad ante las situaciones de sexo no seguro

Se trata de la habilidad de decir "no" en caso de que la pareja ejerza presión para mantener una relación sin protección. Esta conducta es más improbable en el caso de los chicos (Murphy et al. 1998).

f) Acceso a métodos de prevención

La accesibilidad supone la existencia de medios (informativos o materiales) en el entorno próximo del adolescente y que su disponibilidad sea sencilla. En el caso del preservativo, en la medida que pueda adquirirse en más lugares, y que su compra no suponga una barrera para el joven, será más probable que finalmente lo adquiera.

Otras variables

a) Diferencias de género

no se puede considerar en sí misma una variable determinante, se han estudiado las diferencias entre chicos y chicas adolescentes distintos aspectos relacionados con las prácticas sexuales de riesgo. Por ejemplo, se ha encontrado que las chicas se considera más competentes para mantener sexo seguro que los varones. De igual modo, en las sesiones de representación de papeles, se observa que las chicas tienen más facilidad para decir "no" a las relaciones sexuales de riesgo que los chicos (Murphy, et al., 1998). Entre los adolescentes vírgenes, los chicos se muestran más abiertos que las chicas a la posibilidad de que surja una relación sexual. Quizá por esa razón, es también más usual que ellos lleven a mano un preservativo (Mitchell y Wellings, 1998).

b) Creencias religiosas

Zaleski y Schiaffino (2000), encuentran relación negativa entre las creencias religiosas, la frecuencia de relaciones sexuales y el uso de preservativos. Según estos autores, las creencias religiosas pueden retrasar la actividad sexual en los adolescentes, lo cual sería positivo para evitar riesgos de enfermedades, pero en cambio no servirían para proteger a los estudiantes que ya son sexualmente activos y que no emplean preservativo.

c) Proximidad a personas afectadas por el virus

Se trata de una variable que Bimbela y Gómez (1994) definen como facilitadora de la adopción de conductas protectoras. Estos autores argumentan que las actitudes de los individuos que han vivido más de cerca el problema del sida a través de un familiar o de un conocido, suelen tener unas actitudes más racionales y basadas en una información más objetiva sobre la realidad.

Consideraciones finales

Según los modelos teóricos revisados en este trabajo, se pone de manifiesto la cantidad y diversidad de los determinantes de las conductas sexuales de riesgo. Los factores cognitivos, como los conocimientos sobre la enfermedad y las vías de transmisión, o el balance entre costos y beneficios, junto con la habilidad para negociar y poner en práctica los comportamientos de salud, resultan determinantes. Durante los últimos años se ha logrado mejorar el conocimiento sobre el sida entre los adolescentes y la población en general. No obstante, el hecho de que el sida se haya convertido en una enfermedad crónica, como resultado de los importantes avances en los tratamientos médicos, ha hecho disminuir la percepción de riesgo de infectarse. Las tendencias epidemiológicas ya apuntaban al colectivo heterosexual como el más propenso a nuevas infecciones, y las prácticas sexuales sin protección como la principal vía de transmisión. Las futuras actuaciones preventivas han de atender a todas las variables que modulan los comportamientos de salud, y en especial a las de carácter cognitivo. El riesgo percibido en la enfermedad influye en la valoración de los costes de mantener conductas sexuales seguras y los beneficios de evitar la infección, puede ser determinante para decidir hacia qué lado se inclina la balanza. Es preciso pues, continuar desarrollando programas preventivos dirigidos específicamente a la población adolescente, especialmente en ámbitos educativos, empleando diseños y técnicas bien establecidas (Espada y Quiles, 2002), e incidiendo sobre el conjunto de variables que determinan las conductas de riesgo ante el VIH, tanto de tipo personal, social, como del entorno (Nájera, 2002).

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Material adicional / Suplementary material

Cuadro 1. Creencias distorsionadas de los adolescentes sobre el hecho de plantear a la pareja el uso de preservativo

Cuadro 1. Creencias distorsionadas de los adolescentes sobre el hecho de plantear a la pareja el uso de preservativo

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