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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
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Papeles del Psicólogo, 1987. Vol. (28-29).




"ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL PAPEL DEL PSICÓLOGO, COMO CIENTÍFICO SOCIAL, EN LA ESPAÑA ACTUAL"

J.L. ZACCAGNINI

Departamento de Psicología General, UAM.

¿ESTAMOS los psicólogos españoles preparados para afrontar el reto de la entrada en la CEE? Probablemente esta pregunta es tan importante como urgente. Y no sólo por estrictas razones corporativas y económicas de legítima supervivencia, sino también por su conexión con la responsabilidad de los psicólogos ante la nueva etapa que la sociedad española debe afrontar. Por ello es de esperar que el tema reciba la atención y el análisis que merece.

De entrada, los psicólogos -en cuanto que científicos sociales- sabemos que el tratamiento adecuado de este tipo de problemas exige tanto un análisis técnico, como una labor de concienciación general. Lamentablemente, parece que -al menos en el segundo aspecto- esa tarea aún no se ha puesto en marcha. Por tanto, no contamos con una discusión rigurosa del papel que efectivamente están desempeñando los psicólogos en la sociedad española, en relación al de sus homólogos comunitarios. Siendo así no tiene sentido especular con tópicos sobre los posibles problemas. Y mucho menos aventurarse a proponer vías específicas de actuación futura.

Sin embargo, sí es posible -y creernos que conveniente- iniciar algunas reflexiones de carácter general que esperarnos contribuyan a esa necesaria labor. Porque, lo afrontemos o no, el problema se nos acabará imponiendo.

LA CEE Y LOS CIENTIFICOS SOCIALES

Una de las pocas cosas que sí parecen claras respecto a la entrada de España en la CEE, es que va a suponer un cambio en los criterios con los que se van a evaluar los productos españoles (se introducirán criterios de garantía de calidad). Cada vez nos alejamos más de la vieja "autarquía" continuando la tónica, ya iniciada, con la implantación de la democracia. La "competencia en el mercado" substituirá a los "monopolios" y dificultará enormemente nuestra inveterada política de "enchufes" y "chapuzas". No sólo los puestos de trabajo ya no dependerán (tanto) de "arriba", sino que incluso el prestigio social de una profesión se medirá -cada vez más- por los resultados eficaces que aporte a la sociedad. En definitiva, parece que va a ser necesario demostrar que se está en condiciones de ofrecer un servicio efectivo.

¿PARA QUE SIRVEN LOS CIENTIFICOS SOCIALES?

Ante este panorama parece un momento adecuado para retornar la discusión acerca de el papel que los científicos sociales en general -y los psicólogos en particular- pueden jugar en las sociedades occidentales de finales del presente siglo.

Visto desde fuera el tema podría parecer relativamente sencillo. En concreto, parece evidente que el desarrollo de una sociedad debe ser "integral" equilibrando los aspectos de ciencias y tecnologías de la naturaleza, con sus homólogos humanos o sociales. Y para lograrlo se ha de desarrollar el conocimiento (investigación básica, investigación aplicada y tecnología) en el campo de las ciencias de la naturaleza y en el de las ciencias humanas (1). Siendo los distintos profesionales los encargados de llevar a cabo dicho desarrollo, en su parcela correspondiente.

Por lo que respecta al campo de las ciencias de la naturaleza su papel parece claramente definido y aceptado en las sociedades occidentales del presente siglo. Los investigadores básicos (físicos, químicos, etcétera) desarrollan teorías para aumentar el conocimiento de los mecanismos que subyacen a los fenómenos naturales. Los investigadores aplicados (ingenieros y técnicos) aplican esas teorías a problemas concretos, de manera que cada vez la sociedad pueda disponer de tecnología más adecuada para el control y manipulación de la naturaleza.

En cuanto al área de las ciencias humanas, ¿podría decirse otro tanto? En nuestra opinión, la respuesta ya no es evidente. De entrada no parece que la sociedad tenga igualmente asumido el papel que deben desarrollar esos "expertos sociales". Y la situación se complica cuando nos encontramos con que dentro de las propias ciencias humanas (Psicología, Sociología, Economía, etc.) existen serias divergencias al respecto.

En el caso de la Psicología internacional y la española en particular es fácil detectar las fuertes disensiones y polémicas internas: teóricos vs aplicados, Cognitivos vs Conductistas vs Humanistas o Dinámicos, académicos vs profesionales, experimentalistas vs comprehensivos, anglófilos vs francófilos, etcétera.

Para citar un ejemplo próximo, podríamos mencionar el artículo recientemente publicado en esta misma sección por M. Pérez (2). En él se trata de descalificar los ya ampliamente aceptados enfoques "cognitivos" mediante una curiosa mezcla de "conductismo" y "gnoseología del cierre categoríal". El autor parece defender que las ciencias humanas pueden evaluarse con los mismos supuestos epistemológicos de las ciencias naturales, y trata de zanjar la cuestión con una discusión exclusivamente teorético.

Sin embargo, y simplificando un poco, podríamos decir que estas polémicas suelen reflejar, en realidad, el enfrentamiento entre dos "prejuicios a priori " (tópicos) sobre lo que "debe ser" la Psicología.

Y puede comprobarse en la historia que el enfrentamiento nunca se resuelve entre los propios "contrincantes", y mucho menos por "fulminantes descalificaciones teóricas". Por el contrario, es la comunidad -científica, profesional y la sociedad en última instancia- la que acaba "olvidándose" de una o de ambas posturas.

Esta idea apuntada por T. S. Kuhn en su clásica obra de 1969 (3), cada vez resulta más "evidente" hoy día, pese a las denodadas críticas de quienes preferirían que las verdades (humanas o naturales) fuesen independientes de las circunstancias sociales en que se formulan.

Porque, para algunos autores el problema estriba en que las ciencias humanas no han alcanzado aún la "madurez" de las ciencias de la naturaleza. Pero otros opinamos que esa "madurez" no es posible ni deseable en las disciplinas que se ocupan de los problemas humanos. Una cosa es exigir "rigor" en el trabajo de los expertos sociales, y otra muy diferente pretender que los seres humanos actúen con el "rigor" propio de los objetos físicos o las máquinas.

UNA FALSA DISYUNTIVA

En última instancia, lo que ocurre es que algunos científicos sociales -especialmente psicólogos- parecen creer que si no se aplica "el rigor del ingeniero" se cae en "la palabrería del gurú" (4). Y de hecho esto es lo que parece estar en el aire, en nuestro entorno social. El público exige de los psicólogos o bien que sean magos que señalan el camino correcto o bien que sean fríos técnicos que aplican recetas mecánicas para obtener soluciones automáticas. Esto, sin embargo, es una falsa disyuntiva. Entre la tópica "mentalidad de ciencias" y el "cura mesiánico" hay una tercera vía.

LA LABOR DE UN CIENTIFICO SOCIAL

Es obvio que un científico social no puede -sobre todo no debe- basar su actuación en pura "intuición" o en alguna "ortodoxia ideológicas la importancia de los problemas que tratamos exigen, como mínimo, el respeto de una adecuada verificación y comprobación lo más "objetiva" o "científica" que sea posible. Pero esto no puede suponer que se olviden las "especiales" características del tipo de objeto con el que trabajamos.

Este "objeto" no es otra cosa que el comportamiento de los seres humanos, que son unos entes de características muy "especiales". Y entre ellas, la que nos interesa destacar aquí, es la capacidad para "inventar" y "alcanzar" fines diferentes de aquellos a los que estarían abocados si fuesen pasivos seguidores de las llamadas "leyes naturales". En definitiva, no se puede soslayar el hecho de que nos enfrentamos con un objeto en evolución constructiva, y a veces creativa, sobre el que no se puede incidir exclusivamente con técnicas "mecanicistas".

Por otro lado, tampoco es aceptable que el científico social trate de imponer, sobre los objetivos particulares de las personas, sus propios prejuicios( disfrazados de "verdades") dogmatizando acerca de lo que deben hacer las personas. Y, mucho menos, que trate de obtener respaldo para sus ideas por la vía de crear "adeptos", en lugar de contrastar rigurosa y empíricamente sus conocimientos.

UNA CIERTA RACIONALIDAD COMO OBJETIVO

La consecuencia inmediata de todo ello es que la definición de lo que son medios y lo que son fines resulte mucho más problemática que en el campo de las ciencias de la naturaleza. Ni se puede garantizar -a espaldas de los sujetos- que los medios (las técnicas) van a alcanzar su objetivo (por muy comprobadas que estén), ni se debe dogmatizar sobre cuáles sean los fines que deben perseguir los seres humanos (por muy "tentador" que ello sea). La actitud del científico social ha de ser más bien la de decir: "si usted desea alcanzar el objetivo X, hemos comprobado que lo más eficaz es que usted adopte activamente la estrategia Y". Estando en condiciones, a continuación, de respaldarlo con una intervención que efectivamente sea ética y técnicamente garantizaba.

Esta postura, no abandona la exigencia de rigor científico en la justificación de los medios utilizados por los científicos sociales, pero deja a salvo la plasticidad de nuestro objeto de estudio e intervención. Cuando se investiga y/o interviene con esta actitud la labor del científico social resulta "a favor" de las personas, y no "pese" a (pasado por encima de) las personas.

Ahora bien, si se analiza esta propuesta, fácilmente comprábamos que no es otra cosa que el intento de introducir una cierta racionalidad en los procesos individuales y sociales. Racionalidad que supone hacer que las personas conozcan, y eventualmente puedan utilizar, los medios eficaces para lograr los fines que se propongan. Y asimismo, sepan de antemano las consecuencias objetivas que se derivarían del hecho de perseguir y alcanzar dichos fines.

Pues bien, esta idea de "racionalidad" ya apuntada por Max Weber (5) quizás nos permita delimitar mejor el papel de los científicos sociales en la sociedad contemporánea. Si asumimos que nuestra obligación es la de introducir un cierto tipo de racionalidad en la actuación de las personas y/o organizaciones, entonces podremos acotar nuestras responsabilidades frente a ellas. En concreto, nos descargaría de la obligación de "saberlo todo" y "solucionarlo todo" ante unas personas o colectivos que "pasivamente" se ponen en nuestras manos. Por el contrario hemos de exigir a esas personas y/o colectivos que asuman activamente su cuota de responsabilidad, comprometiéndose tanto en la elección y evaluación de los "fines" como en la aplicación de los "medios".

Por otra parte, adoptar una racionalidad humana como objetivo, implica que debemos prestar la máxima atención a los problemas que efectivamente existen en la sociedad actual. Nuestra primera responsabilidad será, por tanto, la de ser sensibles a esos problemas, y no quedarnos en "lo que dicen los libros". Pero no bastará tampoco con "denunciarlos" o "describirlos" de manera más o menos sugestiva. Además tendremos que investigar y desarrollar una tecnología efectiva para su tratamiento. Es decir, que se nos puede, y se nos debe, exigir la preparación y los conocimientos necesarios para contribuir eficazmente a la mejora de las condiciones de vida en nuestra sociedad. Porque tampoco resulta aceptable esa postura, tan querida por algunos, que trata de eludir responsabilidades bajo el pretexto de que las ciencias "humanas" son tan "débiles" que apenas pueden incidir en el mundo real.

ALGUNAS PROPUESTAS DE FUTURO

En primer lugar ya hemos mencionado que en la sociedad todavía no existe una imagen clara de cuál sea el papel del científico social. Por tanto, una primera línea de actuación deberían por la vía de diseminar esa idea. Hay que clarificar y explicitar la oferta. Por un lado, habrá que hacer comprender al público que no pueden venir a pedirnos que les digamos cuál es "el sentido de la vida", pero que tampoco es conveniente que prescindan de nuestra ayuda técnica a la hora de planificar sus actuaciones. Y, por otra parte, habrá que animar a los consumidores de tecnología social a que exijan resultados concretos con las correspondientes garantías de calidad.

Ahora bien, es evidente que para poder jugar ese papel es necesario que previamente estemos convencidos de él. Y esto implica que efectivamente nos dediquemos a estudiar las estrategias más adecuadas para que las personas logren lo que ellas quieren. Por tanto, no podremos definir los problemas contando únicamente con las teorías al uso (academicismo), ni tratar de solucionar los exclusivamente por pura intuición (practiconería).

Esto nos retrotrae, en primer lugar, al problema ya mencionado de las discusiones teóricas acerca de qué "ortodoxia" es la más adecuada. Pero ahora parece claro, como solía apuntar el profesor Delclaux (recientemente fallecido) (6), que quizás la solución venga de darnos cuenta de que lo importante no es defender nuestros prejuicios de partida (teóricos o no), sino ayudar a las personas. Por tanto, lo relevante no es la discusión sobre qué teoría es más "ortodoxa" o más "académica", sino qué forma de actuación es más "eficaz".

Y nótese que aceptar este enfoque, con todas sus consecuencias, conlleva algo más que una declaración de intenciones. Por ejemplo, implica una preocupación no demagógica por los problemas del entorno en el que nos movemos, obligándonos a centrarnos en cuestiones que quizás preferiríamos obviar, supone abdicar en ciertas actitudes corporativistas en favor de la colaboración interdisciplinar, nos exige "intervenir" aceptando la responsabilidad que ello supone, y permite que la evaluación de nuestro trabajo sea externa y pública.

Todo esto apunta además hacia una definición de nuestro papel en un contexto en el que ya no sería sostenible la imagen del científico social -especialmente el psicólogo- como alguien "con buena intención". Máxime cuando bajo ella se oculte la falsa de una rigurosa planificación y evaluación de resultados. No se trata de hacer demagogia populista (o individual), no se trata de "decir cosas que gusten" a las personas falseando o eludiendo los problemas. Se trata de ayudarles a enfrentarse a sus responsabilidades de manera comprobadamente eficaz.

Por todo esto, no parece en definitiva que tenga sentido enfrentarnos al problema de la CEE por medio de discusiones sobre ortodoxia, a mediante la vieja técnica de "la improvisación a última hora". En su lugar creernos más conveniente y recomendaba profundizar en el debate acerca de "qué" y "cómo" podernos aportar al contexto social en el que nos encontramos. En ese sentido quisieran ir estas líneas, apuntando que quizás el concepto de "racionalidad" -como delimitador del papel de los científicos sociales- pueda ayudarnos a hacer camino.

Notas

(1) Sungo, M. (1980): Ciencia y Desarrollo. Ed. Siglo XX, Buenos Aires.

(2) Pérez, M. (1985): "Moda, mito e ideología de la Psicología Cognitiva". Papeles del Colegio. Vol. IV (20), páginas 45-52.

(3) Kuhn, T. S. (1969): La estructura de las revoluciones científicas. Trad. Fondo de Cultura Económica, México, 1975.

(4) Eusenk, H. J. (1974): Psicología: hechos y palabrería. Alianza, 1979.

(5) Weber, M. (1918-19): El trabajo intelectual como profesión. Trad. Bruguera, Barcelona, 1983.

(6) Zaccagnini, J. L. (1985): "in memoriam: Dr. Delclaux". Revista de Psicología General y Aplicada, Vol. 40 (1), 1 985, páginas 155-157.

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