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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Última difusión: Enero 2024
  • Periodicidad: Enero - Mayo - Septiembre
  • ISSN: 0214 - 7823
  • ISSN Electrónico: 1886-1415
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Papeles del Psicólogo, 1988. Vol. (35).




MARÍA EUGENIA ROMANO, MAESTRA, COMPAÑERA Y AMIGA

ROCIO FERNÁNDEZ BALLESTEROS

Desde que en 1966 comencé mis estudios de psicología en la vieja Escuela de Psicología de la Universidad de Madrid tuve un enorme interés en todas las materias relacionadas con el psicodiagnóstico; medir, evaluar, clasificar el comportamiento me resultaba sugestivo. Por eso, cuando comenzaron las clases de "psicodiagnóstico (II)" impartidas por la doctora Romano estaba yo en primera fila, en el aula V de la vieja Universidad de San Bernardo, a pesar de que ya en octubre, el frío -endémico en el caserón de San Bernardo- hacía que permaneciéramos con abrigo en clase. Por una inmensa ventana, desvencijada, entraba, además de frío, el tenue rayo de sol del atardecer: eran las seis. La clase -de las típicas aulas con gradas propias de la universidad decimonónica- estaba abarrotada, no menos de doscientos estudiantes "añositos" (con la edad correspondiente a los que ya éramos licenciado universitarios) esperaban la llegada de la doctora Romano. La mesa profesoral se situaba en el centro de un gran estrado, elevada sobre una tarima de varios peldaños: era de esas inmensas, preparadas para alojar no menos de cinco sillones de alto respaldo, en los que los típicos tribunales compuestos por varios catedráticos examinaban antaño. Cuando María Eugenia entró, se hizo un inusual silencio, tomó una de las sillas que se encontraba al otro lado de la mesa, cerca del inmenso pizarrón descolorido, la situó al borde de la tarima y se sentó. Un rostro amable con sonrisa sólo esbozada, las manos sobre el regazo, los pies cruzados, el amplio bolso descansaba a su lado como un fiel compañero (luego supe que era un "instrumento" esencial para ella en el que guardaba decenas de anotaciones o incluso material de tests). Era la primera vez que yo tenía una mujer como profesora (ni en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid ni en la de Sociología de Roma había yo tenido profesores femeninos). Su aspecto era de máxima sencillez. Me gustó.

Espíritu crítico

Ni que decir tiene, que a lo largo de todo el curso tuve la satisfacción de conocer -siempre como maestra- a la profesora Romano. Por su mediación tuve la oportunidad de tener contacto y realizar las ahora tan añoradas prácticas con técnicas proyectivas en pacientes del Hospital de San Carlos.

Su postura frente a cualquier tema era sistemáticamente crítica. Tras defender un determinado punto de vista terminaba, frecuentemente, planteando alguna crítica sobre él. Sus explicaciones, sumamente amenas, estaban salteadas por casos y anécdotas procedentes de su dilatada experiencia como "psicodiagnosticadora". No conservo apuntes de esa época pero sí creo que en todo momento la profesora Romano estimuló mi ya acendrado sentido crítico, en aquella ocasión, referido a las técnicas proyectivas y, aún, a otros muchos conceptos y teorías psicológicas. De esa época procede el tema de mi tesis doctoral "Privación familiar y personalidad" cuya parte empírica fue realizada con una serie de técnicas proyectivas (además de otros instrumentos). Hasta cierto punto, y por su estímulo, de esa época procede también mi decisión de seguir formándome en psicodiagnóstico en París. Creo que mi experiencia con María Eugenia Romano como profesora es una buena muestra de lo que otros muchos pueden haber vivido al ser por ella enseñados: sencillez en el trato, amenidad en el discurso, planteamientos críticos y estímulo para todas aquellas personas interesadas por las técnicas proyectivas.

La Sociedad Española de Rorschach

Agosto de 1971, Zaragoza, se celebraba el I Congreso Internacional de Rorschach y Métodos Proyectivo. Lo organizaba ese gran rorschachista que es el doctor Agustín Serrate. El programa era extenso; participantes de más de veinte países, incluida una nutrida representación española.

Me encontré con María Eugenia en el hall del Hotel Corona de Aragón, sede del Congreso.

-"¡Hombre (sic) Rocío, ya me imaginaba yo que estarías por aquí!, a ver qué se te ha ocurrido investigar ahora para criticar al Rorschach."

-"No me diga eso, doctora Romano; yo no busco los datos que encuentro" le contesté un poco molesta.

El Congreso fue un éxito y la delegación española eligió una comisión que llevara a cabo la constitución de la Sociedad Española del Rorschach y Métodos Proyectivos. Ella y yo formamos parte de dicha Comisión. Tuvimos entonces la oportunidad de conocernos, ya como compañeras embarcadas en una tarea común. La Sociedad Española del Rorschach y Métodos Proyectivos fue constituida en 1972. María Eugenia fue su vicepresidente durante largos años.

Barcelona, 1973. Se celebraba la Reunión Anual de la Sociedad del Rorschach y Métodos Proyectivos (precisamente, se nombraba Miembro de Honor de la Sociedad al profesor Siguán). María Eugenia Romano, Jesusa Pertejo y yo viajábamos hacia Barcelona. A las tres nos habían pedido nuestra participación en una Mesa Redonda -junto con Agustín Serrate (presidente de la Sociedad), Alfredo Simón y Pedro Pérez- en la que se trataría un caso a través del Rorschach. Jesusa Pretejo había renunciado a tal participación y María Eugenia y yo comentábamos -mientras el tren se dirigía a Barcelona- qué podría dar de sí y esperarse de nosotras en semejante situación. Yo había valorado el protocolo sin realizar ninguna interpretación ya que me parecía que lo más importante era poder establecer la fiabilidad interjueces en la evaluación de las distintas categorías de clasificación del Rorschach. María Eugenia había preferido abstenerse en tal tarea ya que ignorábamos lo que iba a pedírsenos durante tal acto. Pues bien, la mesa redonda se llevó a efecto. Lo que se nos pidió a los miembros de la mesa fue, finalmente, que interpretáramos a ciegas el protocolo suministrado perteneciente a una determinado sujeto. Como ocurre en muchas situaciones, la presentación de dichas interpretaciones se realizó de menor a mayor edad/estatus de los miembros. Pues bien, yo, bastante horrorizada, me disculpé refiriéndome a que mi trabajo se había limitado a la valoración de las respuestas y esbocé una somera interpretación con base en el psicograma elaborado por mí. Los restantes miembros cumplieron admirablemente la tarea presentando sus respectivas interpretaciones sobre el caso. María Eugenia habló en último lugar; pues bien, fue ella quien realizó la más brillante síntesis interpretativa de las realizadas sobre el caso.

Cómo pasar inadvertida

Octubre de 1975. María Eugenia Romano había ganado por concurso oposición una plaza de Profesor Agregado de Psicología (Psicodiagnóstico) en la Universidad Autónoma de Madrid. Desde ese año hasta 1979 trabajó activamente en esa Universidad. Colaboró en el plan de estudios (aún vigente); por su temple y buen hacer fue Vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras. Entre las múltiples anécdotas que podría relatar, viene a mi memoria la siguiente. Un día, nos encontramos en la biblioteca; buscaba yo bibliografía sobre un tema que íbamos a investigar: procesamiento icónico de los estímulos del Rorschach (y que luego constituiría la tesis doctoral de María Oliva Márquez). Cuando se lo comenté me miró sorprendida: "Hombre (sic), sabes que yo he trabajado sobre eso!". En efecto, aunque no exactamente utilizando el mismo paradigma, María Eugenia Romano (como así figura en otra de las colaboraciones en este mismo número) había realizado hacía tiempo un trbajo que seguramente no había publicado sobre ese tema. Y es que, el sentido crítico de María Eugenia no sólo se dirigía a los trabajos ajenos sino que, creo yo, dificultaba la publicación de aquello que ella misma investigaba o pensaba por considerarlo, con demasiada modestia, no apto para ser leído por la comunidad académica.

Julio de 1981. Primera Reunión de Profesores de Psicodiagnóstico organizada en la Universidad Autónoma de Madrid. Se trataba de la primera reunión en la que un colectivo de profesores de psicología abordaba el concepto, contenidos y otros aspectos docentes y de investigación de un conjunto de materias. María Eugenia Romano era ya Catedrática de Psicodiagnóstico de la Universidad Complutense. Como tantas otras veces, rogué a María Eugenia que presidiera o moderase alguna de las sesiones que se llevaron a cabo. Siempre estuvo presente en ellas pero no consintió en ocupar el rol que le correspondía como maestra. Pasar inadvertida era un deseo, creo yo, constantemente presente en todo acto público.

Julio de 1984. Barcelona. Comisión del Área de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos. Tarea: juzgar sobre qué profesores con unas determinadas características eran idóneos para transformarse en profesores titulares de Universidad. María Eugenia y yo volvimos a coincidir, ambas como miembros de esa Comisión. El trabajo fue extremadamente duro, quizá el más difícil e, incluso, doloroso (por muy distintas razones) de los que ambas hubiéramos tenido que realizar como producto de las responsabilidades académicas. Con frecuencia nos lamentábamos que, con los condicionantes existentes era poco menos que imposible realizar una tarea de evaluación objetiva. Vivíamos en el mismo hotel y, al final de la jornada (muchas veces pasadas las doce de la noche) tomábamos un bocado tratando de conversar sobre temas alejados a nuestra difícil misión, en ocasiones relacionados con mi, por entonces, quebrantada salud (que después ella recordaría muchas veces durante su enfermedad). En más de una ocasión, me confundió el nombre, llamándome Isabel... Habíamos llegado a establecer -cosa poco frecuente entre personas que se dedican a un mismo quehacer- una buena amistad sobre una base de respeto y afecto mutuo.

Mis conversaciones con María Eugenia Romano cuando ya estaba sentenciada a muerte sirvieron para que mi admiración por su persona se acrecentara: la naturalidad con la que hablaba de su mortal enfermedad; su continuo interés por las cosas que pasaban fuera ya de su mundo; su fina ironía al tratar esos temas, tan rastreros (?), que, con demasiada frecuencia, nos ocupan a los académicos; su vivo interés por lo más genuino de la vida: su nieta y sus seres queridos; sus constantes esfuerzos por no molestar con su enfermedad; su pudor, e incluso coquetería, para no dar una imagen consonante con sus padecimientos... Todo ello, y mucho más, pusieron una vez más de relieve, para mí, su gran humanidad.

Gracias por todo y descansa en paz, mi querida maestra, compañera y amiga, María Eugenia Romano.

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