INFORMACIÓN

Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Última difusión: Enero 2024
  • Periodicidad: Enero - Mayo - Septiembre
  • ISSN: 0214 - 7823
  • ISSN Electrónico: 1886-1415
CONTACTO
  • Dirección: c/ Conde de Peñalver 45, 5º
    28006 Madrid
  • Teléfono: 91 444 90 20
  • Fax: 91 309 56 15
  • Email: papeles@cop.es

Papeles del Psicólogo, 1992. Vol. (53).




MAESTRO DE PROFESIÓN Y VOCACIÓN

José María Arredondo.

Decano de la Facultad de Psicología. Universidad Complutense de Madrid

Nos reúne esta convocatoria especial para recordar a un amigo y compañero querido, que nos ha dejado, pero que algo inconfundible suyo ha quedado vibrando en nuestros sentimientos. Por eso, este acto universitario congrega a amigos desde diferentes ámbitos para recordar ese algo que no puedo definir, pero que llamo yo, para entenderme, la coherencia de Rafael.

No me corresponde a mí hablar de su trayectoria biográfica, ni de su carrera académica y, quizá, tampoco glosar un bosquejo personal desde la amistad, pues la vida nos absorbía y apenas dispusimos de tiempo parar el sosiego que requiere.

Sólo me referiré a lo que viví muy cerca de él como compañero de tareas: Su preocupación por el buen funcionamiento de esta facultad a la que consideraba no sólo centro de trabajo, sino lugar de convivencia. Esta convicción le llevaba, más allá de su vocación docente y de su esfuerzo generoso en la dirección de investigaciones, a participar en el trajín diario de la gestión, a pie de obra, como expresión de su coherencia ideológica.

Entendía Rafael nuestra institución como un servicio público y no como plataforma de logros y honores personales. Dedicó su esfuerzo sin límites durante largos años a realizar tareas esenciales, arduas y, para el común de los mortales, poco gratificadoras. Pero son actividades fundamentales que hacen Universidad, aunque no sean las que concitan precisamente mayor prestigio ni reconocimiento, y que sin ellas, la Universidad no existiría.

Siempre he pensado que si Rafael hubiera puesto su enorme capacidad al servicio de otros objetivos personales, habría alcanzado sin duda, alguna de las más altas cotas. Pero quiso intencionadamente dedicar su esfuerzo con generosidad allí donde más falta hacía.

Son muchas las responsabilidades que Rafael ha asumido en esta casa. Me gustaría ser capaz de transmitirles, con la fidelidad y el cariño que su persona merece, la enorme importancia de su trabajo y de su talante en esta Facultad.

Lo he conocido en distintas etapas como secretario eficaz, rodeado de orden, no burocratizado, propenso a la rectitud y a la flexibilidad con la norma, interpretada siempre en beneficio del alumno, Su disponibilidad traspasaba los límites de sus obligaciones y, a veces, cuando percibía que el volumen de trabajo en secretaría era excesivo, él echaba una mano, como uno más, transcribiendo las calificaciones a las actas.

Lo recuerdo como vicedecano de alumnos, siempre preocupado porque participaran cultural y académicamente en la vida de la Facultad con un interés apasionado por la formación científica y humana de los estudiantes, de los que decía que eran la única justificación de su trabajo, con una facilidad casi mágica para convencerles cuando él estaba convencido ante propuestas coherentemente juveniles. No hay orla de promoción que yo haya visto en la que no esté presente la fotografía de Rafael, Todos sabíamos que sus alumnos le admiraban, que le querían, porque era un maestro de profesión y vocación que cautivaba la mente y los ánimos con la palabra. Pues, como muchos pensamos, hay muchas maneras de ser maestro, y el modo como ejercía su magisterio, casi connaturalmente, despertaba no sólo el interés y la admiración, sino el cultivo por lo formativo y lo psicológico.

En el grupo de sus amigos ex-alumnos abundaban profesionales que no habían pisado las aulas de su clase, pero que preferían su trato, la consulta a sus problemas. Recuerdo que alguno de ellos me confió, mientras esperaba en la puerta de su despacho, que aunque no había sido profesor suyo, en su formación le debía mucho a Rafael.

Era Rafael, cuando yo le iba conociendo, un compañero con fuerza de convicción. Me place recordarle, hace doce años, interpelándome por los pasillos del edificio central de esta casa, para que me presentara, como candidato de profesores no numerarios, a Junta de Facultad. No sé lo que le dije, si es que le dije algo, pero no pude negarme, porque en aquella lista que me mostraba, su nombre estaba escrito el primero. Y desde aquellos años, iniciamos la andadura distintos, pero juntos en el entender de lo que debía ser la Facultad. Me tropezaba con él en comisiones, en las numerosas comisiones de la vida académica. Creo no haber necesitado discutir con él demasiado para los muchos debates que juntos hemos soportado.

Deseo resaltar su juicio ponderado en las innumerables reuniones de la Comisión de Contratación, su contribución equilibrada en las reuniones del Plan de Estudios en el 1984, y su esfuerzo desinteresado en los trabajos de Comisión de Plan de Estudios, en el que durante el último año esta Facultad ha estado ocupada, y a los que Rafael, sintiéndose ya físicamente decaído, acudía con ilusión como representante de su Departamento, además de profesor invitado por los miembros de la Comisión y por mí.

Y todo esto que brota de mi memoria sobre la labor de Rafael, lo llevó él a cabo con agrado y sin mostrar signos de cansancio o aburrimiento en el día a día.

Soy testigo de su incansable laboriosidad, de su capacidad de motivación, a veces, supliendo las deficiencias de los demás, y siempre con los oídos puestos en la Facultad y el corazón, en las personas.

Conocía a todos sus compañeros, charlaba como un amigo, con el personal laboral, mantenía un trato entrañable como el personal administrativo y llamaba por su nombre a las personas responsables de la limpieza.

Durante su penosa enfermedad, me preguntaban, nos preguntaban por él, por su salud, y él lo sabía. Un día a principios de mayo, avisó que venía a la Facultad. Con el andar pesado, subió al decanato y cualesquiera de nosotros, profesores, personal de administración y servicios y alumnos le saludaban con cariño. Y todos lo interpretamos como un acto de despedida a los amigos.

Retrocediendo en el tiempo, un día encontré a Rafael algo preocupado, quizá por nada importante, pero con la necesidad, que yo le suponía y él transparentaba, de compromiso humano y solidario con los más débiles socialmente. Le propuse reconstruir el espacio sindical en Universidad. Más tarde, milité con él como compañero de la sección sindical de FETE-UGT en la Universidad Complutense. Ante problemas, a veces, difíciles, debatíamos, rectificábamos, trabajábamos con ilusión y esperanza casi utópica. En alguna ocasión, reforzó nuestras zonas de desaliento, recordándonos las palabras de don Miguel de Unamuno: «El que no aspire a lo imposible, apenas hará nada hacedero que valga la pena».

Es verdad que para todos los que le conocimos, era Rafael una persona benevolente, quiero decir, deseosa del bien, de ninguna manera indulgente con lo ruin. Convencido de 10 que hacía, a veces instalaba en el centro su yo con la misma facilidad que se retiraba para escuchar. El diálogo, la tolerancia, su espíritu de conciliación para mitigar tensiones personales e institucionales, la persecución de lo progresivo y lo justo hicieron de él un hombre que despertaba el riesgo y la admiración. Me parece que lo más inconfundible personal que nos permite recordar y reconocer a las personas son sus cualidades morales. Hoy pienso que Rafael conservó como patrimonio lo que sin duda nos deja para el recuerdo: Su dignidad y su coherencia.

Hablé con Rafael por última vez el día San Isidro. Me dijo con la ilusión que era capaz de expresar, que era mucha, que pronto, quizá, se podría inaugurar la librería de la Universidad. Su muerte anunciada, se producía casi en acto de servicio. Por eso, me van a permitir que termine con una reflexión contenida en un fragmento del Libro de la Sabiduría, con la que él, sin duda, le hubiera gustado finalizar: «A los ojos de los necios, su muerte fue sin honor, pero ellos gozan de paz, y si en este mundo sufrieron contradicciones su esperanza está en la inmortalidad...».

Una vez publicada la revista, el texto integro de todos los artículos se encuentra disponible en
www.papelesdelpsicologo.es