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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Última difusión: Enero 2024
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Papeles del Psicólogo, 1992. Vol. (53).




SOBRE RAFAEL BURGALETA

Juan Carmelo García.

IEPALA

He compartido vida con Rafael Burgaleta durante los últimos cuarenta años. En este tiempo, y al nivel de amistad que hemos mantenido juntos, son miles los recuerdos y los diferentes avatares que hemos tenido que vivir y superar; también disfrutar; ninguno nos ha derrotado, a pesar de haber tenido que atravesar por entre aconteceres de profundas crisis y grandes cambios en los que, a veces sin proponérnoslo, hemos estado implicados. Desde el distanciamiento del tiempo pasado, creo que hemos tenido el privilegio de participar, con muchos, de hechos cargados de sentido, de absurdez y, ¿cómo no?, de gran esperanza. Todo ello forma parte de la historia, nada aburrida, que Rafael ha cumplido. Ahora el futuro común se nos trunca con su muerte; es el único fallo a la lealtad que siempre distinguió su fuerza de ser amigo.

Pienso que la «experiencia» es acumulación de vida reflexionada. En este caso, aún no he abierto el proceso de reflexión necesario para asimilar y elaborar sistemáticamente la densidad de lo vivido para empezar a sacar la lección de lo pasado. Me resisto a ello, porque no quiero acostumbrarme a su ausencia. Tampoco quería escribir sobre él porque cualquier nota necrológica termina siendo una lápida o un epitafio; pero sé el cariño que tenía al Colegio de Psicólogos y cómo le correspondían; por eso lo hago con gusto. Rafa ha sido un gran vitalista y sólo la vida pujante y comunicada expresó su forma de ser -y no ese modo siempre extraño de «dejar de ser» que es la muerte con todos sus mitos y leyendas.

A quienes se interesen por saber de él, me gustaría hablarles de dos de sus cualidades «humanas» -¡como sí hubiese otras de vete a saber qué naturaleza! (si algún día escribo mis memorias, recogeré sus grandes «virtudes y dones»; eso queda para el libro ...)-. Aquí quiero resaltar dos aspectos de su forma de hacer -y al hacer, resultar siendo como era- que construyeron su imagen amable incluso para sus «adversos» -que siempre hay, aunque no los conozco, por múltiples sinrazones psíquicas o psicológicas...-: hablo de su lealtad y ese señorío o magnanimidad que dejaba posar en el ejercicio de sus responsabilidades.

• Rafael Burgaleta Alvarez (porque doña Lina también tuvo que ver en él), fue un hombre leal a sus amigos, a la amistad, a las posiciones y causas que en otro tiempo conllevaron un cierto grado de fascinación y riesgo, y a las convicciones profundas que, en algún momento, llenaron de sentido -y de dolor- su vida intensa. No me gustaría priorizar cualidades en él, porque todo formaba unidad; pero si tuviese que ponerlas en escala, la lealtad ocuparía uno de los primeros lugares. Y en la lealtad comprimo muchos de sus actos y comportamientos, incluidos, por supuesto, aquellos que suponían riesgo, esfuerzo, trabajo, tiempo y poner en juego su imagen (que, a la postre, se ha comprobado supo mantenerla con mucha gracia y donaire, a pesar de las rachas de degradación que están arrasando casi todo lo público). Y de la lealtad excluyo, como es natural, muchas de las manifestaciones «ordinarias» de esas que se explican por «exigencias del guión», o por la agresividad de los distintos mercados que «ordenan» las relaciones sociales, o por la tendencia «normal» al arrivismo o al pragmatismo -estos y muchos otros ismos le merodearon casi a diario y no cayó ni en sus trampas ni en sus baratas justificaciones.

En los tratados sobre la lealtad, que algún ensayista habrá elaborado, debe de existir un capítulo sobre las raíces que la generan y los motivos por los que se mantiene. En el caso de Rafael, más allá de los libros, pienso que pesaba mucho la valoración casi suprema que hacía del «otro» -y mucho más si ese otro no era poderoso-, el sentido que daba a la confianza como atmósfera viva en la relación entre compañeros, el gran significado que encontraba en la amistad profunda que ni la lejanía del espacio o del tiempo podía deteriorar y el cumplimiento de la palabra dada y los compromisos adquiridos. Eso y quizá sus potencialidades sociogenéticas -¿existirán?- precipitaron en un modo de ser identificado y definido por la lealtad.

• La segunda gran dimensión que quisiera destacar, incluso más rara -menos frecuente -que la primera, fue de señorío al estar e implicarse en la justeza exigida por los compromisos asumidos o que le caían encima, fuesen estos académicos, profesionales o «libres» entre estos últimos meto por ejemplo, los que tuvo que afrontar desde IEPALA (Instituto que presidió con inteligencia y suavidad durante más de diez años, del 30 de junio de 1981 hasta su muerte), con situaciones, hombres y pueblos del Tercer Mundo llenos de conflicto y dificultad-. Si hablar de señorío supone algún deje de elitismo lo cambio inmediatamente por esa gran palabra de la magnanimidad, que la entiendo como la actitud, continuada y no esporádica, por la que alguien, persona o grupo, piensa, hace y resuelve situaciones con altura de miras y de estilo y de mirada futura y de generosidad ante los afectados y de visión frente a lo que vendrá: El saber tratar las cosas con grandeza de espíritu, o dicho a ras de suelo, sin mezquindades, sin mediocridad o cretinez, sin rebajar los planteamientos ni hacer concesiones a la búsqueda fácil de soluciones, sin chapucerías ni medios arreglos, sin mentiras ni trampas. Incluso por el otro extremo, sin caer en triunfalismos vacíos, atreverse a soñar la realidad, como sí fuera posible cambiarla y hacerla mejor para las grandes mayorías. Así entendí qué era la magananimidad en Rafael Burgaleta: La capacidad de entender y afrontar la vida y sus problemas, sin miedos, con visión amplia y de futuro, buscando las mejores y más grandes perspectivas, aunque fuese para enfocar y resolver las pequeñas. cosas de cada día. Y lograr que las personas que estaban en medio de esos tinglados se sintiesen valiosas y reconocidas no por comparación a la minusvalía de otros, sino por ser lo que eran y como eran. Por eso, no es raro escuchar a sus colaboradores «era todo un señor», «nos trataba como iguales y señores», más allá del sentido estricto, el significado es exactamente el que corresponde a la magnanimidad: virtud de grandeza para solucionar a lo grande lo pequeño y cotidiano: señorío que según un diccionario, en sentido figurado es el dominio y libertad en el obrar, sujetando las pasiones a la razón. Algo de eso; o en propio el estilo de Rafael Burgaleta que lograba que nada que tuviese a una persona pendiente, terminase siendo insignificante, o más, resultaba ser de verdad importante.

Como sé que le molestaría cualquier panegírico, aunque cultivaba su equilibrada vanidad, y para no cantar las glorias del genio, que ni lo era ni querá serlo, termino poniendo dos pequeños acentos de su hacer semicallado.

De su personalidad nada unidimensional quisiera llamar la atención sobre las faceta menos destacadas en los actos póstumos que se han celebrado con motivo de su muerte, que quizá pudieran ser poco valoradas, por falta de conocimiento, en el ámbito universitario:

• Su dedicación sindical muy poco corporativista y sin embargo muy universitaria; desde ella su identificación con la visión y concepciones más progresistas y avanzadas no sólo sobre el sindicalismo, sino sobre lo movimientos sociales, la democracia, el futuro de Europa y la posición de España en el mundo. Y, muy vinculado con su militancia sindical;

• Su fina solidaridad con los vencidos más en concreto con los pueblos y hombre del Tercer Mundo; o, dicho con palabra tan cargada para algunos de desprecio como de ignorancia, su tercermundismo, el sentido más genuino y estricto del término, en línea con la defensa de la liberación de lo pueblos y de la superación de las dependencias que los han arrumbado a las últimas categorías de la Humanidad.

Siguiendo su estilo, no voy a hacer propaganda de esas dos prácticas tan vitales de su personalidad; tan sólo dejar constancia de que eran fundamentales de su hacer intelectual y ético, y que, por ello, se convirtieron en piedra de toque para verificar muchas proclamaciones de coherencia que, por doquier, se hacían y se hacen a diario.

Quizá podríamos sacar lecciones, morales o intelectuales, de esa doble militancia; en algún tiempo habrá que hacerlo; por ahora es suficiente destacar que eran dimensiones mayores y centrales en su profesión de hombre. Y que no sólo en su vida sino cabe su muerte de ellas estuvimos hablando ampliamente en las últimas conversaciones profundas.

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