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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
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Papeles del Psicólogo, 2000. Vol. (75).




¿ES POSIBLE HABLAR CIENTÍFICAMENTE DE GÉNERO SIN PRESUPONER UNA GENEROLOGÍA?

Juan Fernández

Universidad Complutense de Madrid.

Pocas dudas existen de que el vocablo género, pese a su corta vida dentro de la psicología, es ampliamente utilizado. Aquí se muestra su surgimiento y ulterior desarrollo, junto con un análisis crítico de las paradojas halladas en tres enfoques actuales: el protagonizado por Money, desde la clínica; el llevado a cabo por el movimiento feminista de la "segunda ola", desde el marco político y social; y el liderado por Bem con sus nuevas escalas de feminidad y masculinidad, desde una perspectiva psico-social. Como alternativa se propone un enfoque basado en la doble realidad del sexo y del género, que implica el reconocimiento y desarrollo de una sexología y de una generología, poniéndose de manifiesto algunas de las principales áreas que constituyen la razón de ser de ambas.

There is little doubt that the term gender is broadly used in spice of its short life within psychology. Here, we show its emergence and subsequent development, together with a critical analysis of paradoxes found in three current trends: Money’s clinical model, the one carried out by the second wave of feminism from the sociopolitical standpoint, and the one from Bem’s new masculinity and femininity scales from a pscycho-social perspective. We propose an alternative approach, based on sex-and-gender-dual- reality, which involves the recognition and development of both sexology and genderology, revealing some of the main areas that conform the raison d’être of both of them.

Existe un manifiesto consenso entre los especialistas de que el vocablo género goza de buena salud, al menos dentro del ámbito de la psicología. Una ojeada a la tabla 1 pone de manifiesto que su utilización en la bibliografía psicológica ha aumentado considerablemente, sobre todo a partir de la segunda mitad de nuestro siglo. De hecho, contamos en la actualidad con más de 8.400 referencias específicas y eso, pese a que, como ha puesto de manifiesto Berscheid (1993) y lo confirman los datos de la Tabla 1, la investigación sobre el género es relativamente reciente en nuestra disciplina.

Sólo en los últimos quince años han aparecido ya varios libros cuyo título es precisamente el de "psicología del género" (Barberá, 1998a; Beall y Sternberg, 1993; Gergen y Davis, 1997; Hyde y Linn, 1986), aunque es obligado reconocer que sus contenidos difieren considerablemente, por lo que si, fundamentados en su lectura, hubiera que explicar a un lego en la materia qué es lo que se entiende por género -ofrecer una imagen mínimamente coherente-, uno se encontraría con no pocas dificultades.

Un paso todavía más atrevido es el que se permiten insinuar Swann, Langlois y Gilbert (1999) al introducir en el subtítulo de su libro, en homenaje a una de las grandes investigadoras en este campo -Spence-, la expresión "ciencia del género", aunque también aquí surgirían bastantes problemas para poder responder a la pregunta sobre los posibles contenidos fundamentales de esa supuesta nueva ciencia del género.

Quizá las dos palabras que, desde el punto de vista de la psicología en sus diversas especialidades -clínica, educativa, social, etcétera-, mejor sinteticen este apogeo y extensión por doquier del género sean las de identidad de género, con las que buena parte de psicólogos y otros profesionales quisieran substituir a las ya clásicas de identidad sexual. Pues bien, una vez más, cabría hablar, tomando prestado el título del libro de Ginsburg y Tsing (1990), de "términos inciertos", cuyos significados los investigadores están tratando de "negociar".

Ante esta situación un tanto caótica -en un breve espacio de tiempo hemos pasado de un goteo a un torrente, según la sugerente expresión ofrecida por Spence, Deaux y Helmreich (1985)-, no es de extrañar que la mayoría de los expertos cuando publican sus trabajos sobre el género -artículos y libros-, comiencen con algún tipo de aclaración sobre lo que ellos entienden por este término (ver, a título de ejemplos significativos de lo dicho, Deaux, 1985,1999; Heilbrun, 1981; Spence y Helmreich, 1979).

EL ORIGEN DEL GÉNERO Y SU ULTERIOR DESARROLLO

La matriz clínica de su origen (década de los 50)

Por irónico que pueda parecer en un principio, ha sido uno de los sexólogos más conocidos internacionalmente el que se atribuye a sí mismo la paternidad del vocablo género, al menos en su sentido médico o psicológico y no, obviamente, en su sentido gramatical o lingüístico (Money, 1955). Este autor, ya mediados los 80, nos recuerda cómo él, unos treinta años antes, sintió la necesidad de encontrar una nueva terminología que le permitiese explicar y hacer entender a los demás la vida sexual (sic) de los sujetos hermafroditas que estaba tratando e investigando (Money, 1985a). La nueva palabra encontrada fue la de género, que a partir de este momento se convertirá en complemento imprescindible del término sexo (Money, 1985b).

La compleja vida sexual del hermafrodita que no podía ser explicada en toda su profundidad y extensión por el sexo, ahora lo sería gracias al género, o más específicamente, al papel (rol) de género, que ganaría así la partida a la alternativa entonces incipiente del sexo social o del papel (rol) sexual. De esta forma, el género, o mejor dicho el papel de género, se constituirá, según expresión literal de Money (1985b), en una especie de "gran paraguas" bajo el que cobijar todos los múltiples componentes heterogéneos presentes en la vida de los hermafroditas, incluido el de su papel (rol) sexual genital, que manifiestamente aparecía excluido de las expresiones función/papel sexual o sexo social.

El éxito de esta nueva terminología, dentro de la comunidad científica internacional, fue inmediato y total, aunque su excesivo uso por parte de investigadores con manifiestos enfoques diferentes, hizo que la palabra género o papel de género fuese cargándose de nuevos y diferentes significados a los dados por su creador. Ya desde los primeros momentos, las consideradas por Money (1985b) como las dos caras de la misma moneda del rol de género, se separaron. Por una parte, el nuevo papel de género, ahora independiente, tomaba un carácter claramente social, dado que hacía referencia al modo de conducta prescrito y determinado socialmente y, por otra, aparecía la identidad de género, que aludía a una dimensión psíquica asentada en un determinado morfismo sexual biológico.

Esta separación inicial se vio reforzada inmediatamente por los trabajos de Stoller (1968) sobre el transexualismo, quien se detiene y profundiza sobre todo en la por él denominada identidad de género básica, que se muestra muy distante ya de cualquier referencia a realidades como la del papel de género o la del sexo social, que implicaban una clara determinación social. Estos pasos iniciales de separación de las dos caras de la misma moneda moneyana condujeron de forma galopante a la visión hoy predominante de considerar al sexo como lo biológico y al género como lo social (Archer y Lloyd, 1985). Los intentos posteriores por parte de Money de reconducir esta separación hacia la unidad inicial, mediante su conocida expresión "papel/identidad de género" que implica que la identidad de género es la experiencia privada del papel de género, mientras que el papel de género es la manifestación pública de la identidad de género (Money y Erdhardt, 1972), no han cosechado los frutos esperados.

Su desarrollo político y social (década de los 60)

A esta primera etapa del inicio del género -década de los 50-, que se enmarca tal cual hemos visto dentro del área clínica, le sigue un segundo período de desarrollo de carácter eminentemente político. En la década de lo 60 se va a producir un fortalecimiento del género, totalmente separado del sexo, gracias sobre todo a las aportaciones de las autoras encuadradas dentro de la llamada "segunda ola" de los movimientos feministas (Nicholson, 1997).

Para estos distintos feminismos, el sexo conlleva tal cúmulo de connotaciones negativas para las mujeres -subordinación, asimetrías, invisibilidad, doble jornada laboral, menor salario, etcétera- que sus defensoras entienden que constituiría un gran acierto el substituirlo por un vocablo más neutro -recuérdese el género gramatical neutro- como es la palabra género. De ahí se explica que, como recoge Izquierdo (1998), la Cuarta Conferencia Mundial de las Mujeres que tuvo lugar en Pekín a mediados de los 90, supusiese un claro espaldarazo oficial para el género en detrimento del sexo, aun cuando su conceptuación en modo alguno fuese unitaria, al igual que ocurre con respecto al propio fenómeno del feminismo.

Sin embargo, sí se puede afirmar que, en general, al conjunto de feministas este cambio del sexo por el género les venía como anillo al dedo, ya que con él podían poner de manifiesto que es la sociedad patriarcal y machista -algo totalmente social y por tanto modificable- la responsable de su consideración de la mujer como ciudadana de segunda clase o categoría -el segundo sexo-, lo que nada tenía que ver, sin duda, con estructuras profundas del devenir varón o mujer, es decir, del sexo.

Dentro de los múltiples núcleos de análisis por parte de las feministas, el de la feminización mundial de la pobreza y el de la escasa representación de las mujeres en las instituciones públicas son quizá dos de los más socorridos a la hora de hacer patente la conveniencia de la substitución del sexo por el género. Camps (1999, p. 11) recoge un ejemplo que puede ser muy iluminador de lo que acabamos de señalar:

"Existe un feminismo de la pobreza que se desprende de los datos que daba, en 1997, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (y que tomo de la revista Emakunde): de los mil trescientos millones de personas que viven en la pobreza, el sesenta por ciento son mujeres. La mayor parte de los analfabetos del mundo son mujeres. Las mujeres ocupan entre el diez y el veinte por ciento de los puestos de administración y gestión en todo el mundo y menos del veinte por ciento de trabajo en las fábricas, sólo el diez por ciento de los escaños parlamentarios, y son menos del cinco por ciento los jefes de estado. Añadamos que en muchos países las mujeres no gozan de igualdad jurídica en materia de propiedad, derechos sucesorios, matrimonio y divorcio, administración de bienes o acceso al empleo. Esto es lo que hay a las puertas del siglo XXI".

¿Cabría hablar, ante estas realidades, del sexo -en tanto estructura psíquica- como de la variable responsable y, por tanto, explicativa de las mismas o, más bien, del género, considerado como los patrones que impone una sociedad a mujeres y varones por el hecho de serlo? La respuesta más probable de los distintos feminismos la puede inferir el lector sin temor a equivocarse: es sin duda alguna el género, pero con un significado totalmente distinto, como resulta obvio, del que tuvo originalmente en el terreno de la clínica.

Entonces, ¿el sexo habría desaparecido? No deja de ser sintomático a este respecto el título del libro de Leonard (1983): "El fin del sexo". Es preciso recordar que es justamente en esta década de los 60 cuando tuvo lugar la "revolución sexual". Con ella, como anota este autor, el sexo deja de preocupar. Cada uno puede tener libremente las relaciones sexuales con quien estime oportuno, bien de forma institucionalizada o bien sin compromiso previo por parte de los participantes en dicha relación. El lema bien aprendido y con altas probabilidades de ser practicado rezaba así: en el sexo nada está prohibido, siempre que te haga sentirte bien y no ocasione daños a las otras personas.

Teniendo todo esto en cuenta se entiende perfectamente que en los diferentes movimientos feministas se dejaran de lado todas las cuestiones referidas al sexo y a las identidades sexuales, que Money, no se olvide, había llamado papel/identidad de género, para centrarse casi en exclusividad sobre la otra cara de la moneda, ahora totalmente independiente, cual es la compleja realidad del género.

Su desarrollo psico-social (década de los 70)

Esta década va a recoger el relevo, a su manera, de las dos anteriores. De la primera va a tomar en consideración la supuesta nueva realidad del género frente a la más clásica del sexo. De la segunda, el que este nuevo fenómeno del género pueda considerarse con total independencia de la realidad del sexo. La especificidad de su aportación residirá en intentar materializar dialécticamente los principales componentes del género dentro del individuo socializado. Nos estamos refiriendo concretamente a la aparición y desarrollo de las nuevas escalas de feminidad y masculinidad.

Desde las primeras concepciones desarrolladas desde aproximadamente los años 1935 a 1955 parecía lógico afirmar que a un dimorfismo sexual biológico determinado -mujer o varón- le correspondiese unas dimensiones psicológicas igualmente determinadas -la feminidad para la mujer y la masculinidad para el varón-. Se presuponía, desde esta perspectiva, que la masculinidad y la feminidad se podían representar como un continuo bipolar opuesto, que implicaba que aquellos sujetos que mostraban un alto grado de masculinidad necesariamente tendrían que carecer de feminidad y a la inversa, como sucedía con la realidad física bien patente de que quien era varón no podía ser mujer o viceversa.

Bem (1974) va a tratar de mostrar, mediante la creación de unas nuevas escalas de feminidad y masculinidad, que estas ideas no eran ciertas, puesto que estas dos dimensiones psíquicas son independientes entre sí -no se podían representar como un continuo bipolar opuesto-, además de ser independientes del dimorfismo sexual biológico. Su fuente de inspiración fundamental para esta nueva concepción la encuentra en los trabajos de Parsons y Bales (1955) sobre los dominios de lo "instrumental" y lo "expresivo". Lo que va a hacer esta autora es tratar de materializar esos dominios, definidos muy vagamente en su origen, mediante elementos muy concretos que son los que constituirán las nuevas escalas de masculinidad (independiente, competitivo, ambicioso,..) y feminidad (afectuoso, entusiasta de los niños, gentil,...).

Los trabajos empíricos llevados a cabo con estas nuevas escalas parece que apoyan, por una parte, tanto la independencia de las escalas entre sí -nulas o bajas correlaciones- como con respecto al dimorfismo sexual biológico, aunque no queda tan claro si se debería hablar de una bidimensionalidad o de una multidimensionalidad (Fernández, 1983; Mateo y Fernández, 1991).

Va a ser la comprobación empírica de la independencia de las escalas entre sí mismas y de éstas con el dimorfismo sexual biológico lo que posibilite el establecimiento de una cuádruple tipología de los seres humanos con independencia del sexo al que pertenezcan: andróginos, los que puntúan alto en la escala de feminidad y masculinidad; masculinos, los que puntúan alto (por encima de la mediana) en la escala de masculinidad y por debajo en la de feminidad; femeninos, los que presentan puntuaciones por encima de la mediana en la escala de feminidad y por debajo en la de masculinidad; e indiferenciados, que muestran puntuaciones bajas en las dos escalas. De esta forma, cada sujeto, gracias a los logros de la revolución sexual de los 60, podría desarrollarse independientemente, por una parte, como bisexual, heterosexual, homosexual o renunciar al ejercicio de su sexualidad -asexual- y, por otra, como andrógino, masculino, femenino o indiferenciado.

A raíz de estos primeros trabajos de Bem y de otros autores que compartían, al menos en cierto grado, esta visión de independencia entre la realidad del sexo y la del género (Baucom, 1976; Berzins, Welling y Wetter, 1978; Heilbrun, 1976; Spence, Helmreich y Stapp, 1975), se creyó haber encontrado una especie de panacea -la androginia psicológica- para la solución de los problemas entre los sexos (Cook, 1985, 1987; Taylor y Hall, 1982). La persona andrógina, prefiguraba la culminación del anhelo de los movimientos de la liberación de la mujer, a la par que obligaba al correspondiente cambio del varón. Ambos, varones y mujeres, conservando intacto su peculiar dimorfismo sexual, podían implicarse ahora en cualquier tipo de actividad social y laboral, sin importar que previamente estuviese considerada socialmente como masculina o femenina. El fin de la opresión psico-social de la mujer por parte del varón comenzaba a vislumbrase como posible y no muy lejano. Al día de hoy no cabe duda de que un gran trecho se ha recorrido en esa deseada dirección, aunque todavía queda un gran trayecto por andar, sobre todo dentro de la mayoría de los países en vías de desarrollo.

LAS PARADOJAS DE LAS TRES CORRIENTES ANALIZADAS

Un posible denominador común de crítica a las corrientes analizadas hasta aquí reside en el carácter esencialmente paradójico de las tres. Por lo que respecta a Money, no deja de ser curioso que en casi todas sus obras haga una apasionada defensa teórica de la sexología ante la penosa situación de su falta de institucionalización, empezando por Estados Unidos y siguiendo por el resto de países del mundo (Money, 1985a, 1991; Money y Musaph, 1977; Money, Wainwright y Hingsburger, 1991), y, sin embargo, no se le ocurra una idea mejor para ello que la introducción de la palabra género para explicar la vida sexual de los hermafroditas en un primer momento y, lo que es todavía peor, unirla con posterioridad de forma indisoluble a la palabra identidad. Su ya bien conocida expresión fundamental de papel/identidad de género, ahora ya aplicable a todo individuo humano sin excepción, lo que querría, paradójicamente, significar desde un punto de vista teórico, sería la identidad sexual de las personas. Como se puede ver con total nitidez, no parece ser éste el mejor comienzo para la defensa de una sexología, a la cual se priva de su núcleo más básico y esencial. Dicho de forma todavía más clara: si es verdad que la sexología tenía y tiene problemas graves para su institucionalización oficial, tal cual se ha encargado de poner de manifiesto de forma bien fundamentada el propio Money, entonces la introducción del vocablo género por su parte, unido al concepto de identidad, no resulta ciertamente la forma ideal para conseguirlo.

No es de extrañar, desde una visión retrospectiva, que el término en cuestión prendiese como la pólvora y se extendiese por doquier, como ya indicamos, ya que con él se neutralizaban todas las connotaciones negativas del sexo y, por ende, de la sexología. Tampoco es de extrañar que los sexólogos, con toda razón, afirmen que gracias a Money, que irónicamente se proclama a sí mismo paladín de la sexología, ésta haya acabado siendo "desexualizada" debido a su "generización".

En cuanto al feminismo, dejando aparte la consustancial paradoja puesta de manifiesto por alguna autora -aspira a las libertades individuales mediante la movilización de la solidaridad del sexo y reconoce la diversidad entre las mujeres mientras postula que las mujeres reconozcan su unidad (Cott, 1990)-, no deja de ser también curioso que acepte de buen grado la neutralidad del género en lugar del sexo, siendo así que, como igualmente hemos podido verificar a posteriori, en este ámbito del sexo también se ha producido y, por desgracia, se sigue produciendo en nuestros días, un androcentrismo y una subordinación de la mujer al varón. Además, parece impropio de un movimiento batallador contra la injusticia y la hipocresía el que siga asumiendo esa mentalidad tradicionalista que considera que las cuestiones sexuales son indignas de ser consideradas y tratadas públicamente, por lo que el género debiera sustituir al sexo. Por otro lado, no deja tampoco de ser irónico, que cuando se propugna la necesidad de una epistemología feminista, se acepte como punto de partida un postulado de muy difícil justificación, cual es el que el sexo es lo biológico, mientras que el género es lo social. La lucha, creo acertada, contra ciertas pretensiones desmedidas de la sociobiología no debiera suponer el arrojarse sumisamente a los planteamientos del construccionismo.

Por lo que atañe a los planteamientos de Bem, ha sido otra autora, en principio dedicada a las mismas cuestiones -Spence (1984, 1985, 1991, 1993)-, la que mejor ha desvelado la paradoja existente. Recordemos que la pretensión de Bem fue elaborar unas nuevas escalas que midieran los constructos independientes de la masculinidad y la feminidad. Para ello utilizó, como base teórica previa, unas aportaciones sociológicas específicas centradas en los dominios instrumental y expresivo. Las preguntas que se hace Spence, y con ella cualquiera de nosotros, son: ¿por qué cambiar la denominación de instrumentalidad por masculinidad y la de expresividad por feminidad?; ¿no resulta este cambio sospechoso o cuando menos confuso?; ¿qué es lo que se gana en claridad y avance científico con este cambio?

Una vez más, desde una mirada retrospectiva, podemos entender que no ha sido muy acertado el cambio de la instrumentalidad por la masculinidad y de la expresividad por la feminidad, pese a que nosotros mismos hayamos sucumbido a estos cantos de sirenas al comienzo de nuestra investigación sobre estos asuntos (Fernández, 1983). Un análisis mínimo de los elementos que forman las nuevas escalas ya nos ofrece la suficiente luz como para darnos cuenta de la paradoja a la que nos estamos refiriendo. El asumir que uno es autoconfiado, defensor de las propias creencias, independiente, asertivo, con una personalidad fuerte, vigoroso, analítico, con madera de líder, con predisposición a arriesgarse, que toma decisiones fácilmente, que es autosuficiente, etcétera, ¿tiene algo que ver con o constituye la quintaesencia de la masculinidad? ¿No partíamos de que a esto lo llamábamos dominio de lo instrumental? De igual forma, el asumir que alguien es complaciente, alegre, tímido, afectuoso, leal, simpático, sensible a las necesidades de los demás, comprensivo, compasivo, que se desvive por consolar, cálido, etcétera, ¿tiene relación con o se constituye en la esencia de la feminidad? ¿No recordamos que a esto lo denominábamos expresividad?

PROPUESTA ALTERNATIVA

A lo largo de más de dos decenios de trabajo continuado en esta materia, nosotros, con nuestras hipótesis iniciales y las correspondientes rectificaciones a la luz tanto de propuestas teóricas alternativas como de trabajos empíricos contrarios a nuestras predicciones, creemos estar en condiciones de poder ofrecer al lector una propuesta alternativa, que esperamos pueda ser capaz se superar las paradojas recién analizadas.

Partiremos de la gráfica 1, que ya hemos explicado de forma pormenorizada recientemente (Fernández, 1998a), y que ahora vamos a relacionar directamente con las referidas paradojas.

Si comenzamos la lectura tanto por la parte superior como por la parte izquierda, observamos que dos perspectivas que a veces se presentan como contrapuestas -la estructural y la funcional-, aquí resultan complementarias. Gracias a la primera, es posible ir obteniendo toda una serie de datos referidos a los distintos mecanismos que necesariamente forman parte del irse haciendo sujetos diferenciales: mujeres y varones, cuando existe una concordancia de los diferentes niveles; o sujetos ambiguos, que presentan una mezcla, en distintos grados, de los componentes básicos de unas y otros, cuando se da una discordancia entre los distintos niveles. La perspectiva estructural nos ofrece las aportaciones de los diferentes especialistas sin conexión entre ellas. Así, por ejemplo, desde la genética, sus expertos, nos presentan explicaciones bien fundamentadas sobre la determinación última/primera del sexo, en función de si el par 23 de cromosomas es XX -mujer- o XY -varón-, y algo similar ocurre con el resto de expertos (endocrinólogos, neurólogos, etcétera) en sus respectivos campos, sin que, la mayoría de las veces, estos profesionales traten de elaborar hipótesis o modelos que transciendan su especialidad. Por eso en la gráfica, en la parte superior derecha, aparece reflejada la necesidad de una interdisciplinariedad a la hora de comprender en profundidad todos y cada uno de estos niveles esenciales.

Esta desconexión inicial entre los diversos eruditos de las diversas materias -genética, endocrinología,...- es precisamente la que se va a tratar de subsanar mediante la perspectiva funcional -los varios niveles aparecerán ahora concatenados unos en función de los otros-, ya que es desde ella desde donde tiene sentido hablar de los procesos de sexuación o de diferenciación sexual (parte superior izquierda de la gráfica). Sin duda es una perspectiva que resulta muy útil para todas las personas, incluidos los propios expertos, pues debido a ella se puede obtener una visión relativamente coherente de los procesos que les han llevado a nacer mujer, varón o sujeto ambiguo.

El funcionamiento de estos distintos niveles hoy es bastante bien conocido, por lo que suele apreciarse un considerable consenso entre los especialistas, aunque, por supuesto, todavía quedan muchas cosas por conocer - el lector interesado puede consultar las obras de Money y Ehrhardt (1972) o Fernández (1996a), para una comprensión bastante exhaustiva del funcionamiento por separado y concatenado de los mismos-.

La concordancia de todos los niveles es lo que produce el dimorfismo sexual, que se puede constatar a simple vista en la mayoría de los sujetos: nacen y se desarrollan como mujeres o como varones. Hasta aquí todo en orden, pero el problema surge cuando al dimorfismo sexual se le añade la palabra biológico y se extiende esta connotación a todo el desarrollo sexual. De aquí la moda imperante en la actualidad de que el sexo es lo biológico y el género lo social, moda ésta que se constituye en "postulado sagrado" -si se me permite esta pequeña ironía- para buena parte de los que han escrito o siguen escribiendo sobre el género. Grave error, entendemos, ya que ese "dimorfismo sexual aparente" con el que se nace (esta expresión creo que es mucho más funcional y acertada desde un punto de vista científico) ha de evolucionar necesariamente a lo largo de la vida en tanto que desarrollo biopsicosocial, tal cual aparece indicado en la parte vertical de la derecha de la gráfica. Pero el propio dimorfismo nos puede ocasionar todavía bastantes problemas, sobre todo cuando de los sujetos ambiguos se trata, es decir, de las personas que presentan una discordancia entre los niveles. Estos sujetos, ciertamente minoritarios, ¿no presentan acaso un especial, o si se quiere muy especial, morfismo sexual? No hay duda de que lo presentan. Ésta es la razón de que nosotros propongamos hablar de polimorfismo sexual, dentro del cual está incluido lógicamente el dimorfismo sexual aparente mayoritario, a fin de evitar posibles sesgos discriminatorios contra esa minoría ciertamente muy especial (ver parte central de la gráfica).

Ese desarrollo biopsicosocial, al que acabamos de aludir, no evoluciona, a nuestro entender, a la manera clásica, es decir, dentro de los parámetros del dualismo hilemórfico o cartesiano: por una parte, el cuerpo (de nuevo lo biológico) y, por otra, el espíritu, la psique, la razón, el logos (o el género, como tal vez propusiese el construccionismo). Al no asumir este enfoque, nos hemos visto obligados a ofrecer una alternativa, que es la que aparece al lado del polimorfismo: la de la reflexividad. Ésta emerge tras ciertas modificaciones cerebrales de los homínidos, formando un todo indisoluble con el propio cuerpo del cual surge. Tal vez sus dos características más esenciales podrían sintetizarse como, por una parte, la de "ser consciente", englobando en este ser consciente tanto lo intelectivo como lo afectivo y, por otra, su carácter "holístico", entendiendo éste de forma que sea posible afirmar que la reflexividad es "algo más" que la suma de todos sus componentes (cognitivos, metacognitivos, afectivos, corporales), a la par que constatar que no puede ser explicada si no es partiendo precisamente del conocimiento riguroso y pormenorizado de los mismos (Fernández, 1996a).

Situados así ante el polimorfismo dentro del cual nacemos y contando con que ese polimorfismo sexual ha de evolucionar necesariamente unido a la reflexividad -desarrollo biopsicosocial-, nos encontramos con al menos un doble itinerario vital que se abre a todo ser humano: a) el desarrollo de su particular morfismo sexual -el sexo evolucionando como sexualidad, de cuyo estudio se debería encargar el sexólogo y cuya disciplina recibe la denominación de sexología, tal cual el Diccionario de la Real Academia de la Lengua con suma claridad y acierto lo recoge- y b) el desarrollo del género que cada sociedad potencia como correspondiente a cada morfismo sexual concreto, de cuyo estudio se debería encargar el generólogo y cuya disciplina recibiría, en pura lógica, el nombre de generología (Fernández, 1998b; en prensa).

La sexología, aparece así como esa disciplina autónoma que tiene por objeto el estudio de la compleja realidad del sexo, que si bien hunde sus raíces en lo más profundo del cuerpo humano (Margulis y Sagan, 1997), tiene necesariamente un desarrollo psico-social (Agacinski, 1998). Los campos por antonomasia de preocupación específica serían el de los comportamientos bisexuales, heterosexuales, homosexuales y asexuales, todos ellos vertebrados por el de las identidades sexuales, que no identidades de género. Al sexólogo le correspondería además explicar cómo aparecen, se mantienen o desaparecen los diferentes papeles, estereotipos o asimetrías sexuales (que no, de nuevo, de género), además de otros muchos aspectos que componen esa compleja realidad del sexo (Fernández, en prensa).

La generología se encargaría de estudiar la compleja realidad del género, a cuyas principales áreas ya hemos dedicado un volumen (Fernández, 1998a) y que aquí vamos a tratar ahora de sintetizar. Previamente vamos a ofrecer una mínima idea de lo que entendemos por género. Hace referencia a todo un conjunto de realidades que cada sociedad determinada asume y entiende que son más específicas de un morfismo sexual que de cualquier otro y que, desde el enfoque propuesto, complementan, pero no se identifican, con las realidades englobadas bajo la compleja realidad del sexo (Fernández, 1996b). Tras este primer acercamiento cuasi-definicional, a la antigua usanza, vamos a ver sus áreas más específicas, empezando por las que, dentro de la gráfica (centro inferior), aparecen bajo el rótulo de "intersección", ya que así el lector puede comprobar por sí mismo, en las situaciones aparentemente menos favorables para nuestra tesis de considerar como dos disciplinas separadas a la sexología y a la generología, si tienen visos de ser ciertas las afirmaciones que hemos ido realizando hasta ahora y que continuaremos llevando a cabo hasta el final del trabajo.

Tanto sexólogos como generólogos consideran que el sexo como variable sujeto es de su incumbencia (como primera referencia para hacerse una idea del significado de esta expresión recúrrase a lo que ha sido la psicología diferencial de los sexos). Y así se ratifica desde nuestro enfoque. Al sexólogo le deberían interesar todas las posibles semejanzas y diferencias de comportamientos sexuales que aparecen en cada sociedad según los diversos morfismos, aunque hasta el presente, es obligado reseñarlo, éstos hayan estado básicamente reducidos al dimorfismo sexual. A su vez, el generólogo, debería ocuparse de todas aquellas semejanzas y diferencias que muestran los distintos morfismos sexuales y que poco o nada tienen que ver con comportamientos propiamente sexuales. Así el que el grupo de los varones pueda ser más agresivo, como promedio, que el grupo de las mujeres, parece que podría encuadrarse perfectamente dentro de la compleja realidad del género, más bien que dentro de la del sexo. Es tal el cúmulo de variables de este tipo, que van desde las semejanzas/diferencias en inteligencia general, pasando por las destrezas cognitivas, y acabando en la conducta social y de la personalidad, que no hay mente humana por privilegiada que ésta sea que pueda hoy asimilar todo lo escrito al respecto, por lo que la utilización de los meta-análisis (revisiones de tipo cuantitativo de trabajos previos sobre un determinado campo) es prácticamente imprescindible para no perecer ahogado dentro de ese enorme mar bibliográfico. Como estamos muy lejos de desearle tamaña suerte a nuestro querido lector, nos permitimos aquí únicamente remitirle a uno de los resúmenes más actualizado y completo de los que conocemos (Martínez-Benlloch, 1998).

Algo semejante se podría decir del sexo como variable estímulo. Tanto sexólogos como generólogos consideran este terreno como propio y, la verdad sea dicha, no les falta razón. El sexo como variable estímulo -ver, percibir, comprender, sentir y desear al otro como objeto/sujeto sexual- se convierte en algo esencial para el sexólogo y la sexología. De igual forma, el ver, percibir, comprender y evaluar las acciones profesionales del otro -profesor, escritor, pintor, atleta, fontanero, etcétera- con independencia de su morfismo sexual aparente o, por el contrario, con dependencia al menos en parte de este morfismo, se convierte en el tipo de sexo como variable estímulo que es claro objetivo diana del generólogo y de la generología. Dentro de este contexto la pregunta clave sería: ¿es semejante la interacción profesional cuando se da entre varones que cuando se da entre mujeres o entre mujeres y varones? Este tipo de cuestiones desbordan claramente el terreno del sexólogo o de la sexología, salvo que se quiera que ocurra lo que ya le sucedió a Money con la introducción del género dentro de la sexología. Una buena introducción a este campo, hoy en plena expansión, se puede encontrar en Sánchez (1998).

En este terreno de la intersección (parte central baja de la gráfica) hemos colocado también la célebre cuádruple tipología elaborada por Bem, más por razones de tipo histórico -al principio estuvo dentro del campo de la sexología durante más de la primera mitad de este siglo, mientras que últimamente se la considera parte fundamental de la compleja realidad del género que por razones conceptuales. De hecho, nuestra propuesta actual, en la dirección apuntada por Spence (1984, 1985), es que esta tipología, eso sí modificada estructuralmente, pasase al campo de la sexología, mientras que los constructos de instrumentalidad y expresividad, que ahora sustentan esta clasificación, formasen parte de la generología. Al producirse este cambio, la independencia de estas escalas de expresividad e instrumentalidad podrían dar lugar a una nueva cuádruple tipología, tal cual se refleja en la parte inferior derecha de la gráfica. Los bigenéricos serían aquellos sujetos que puntúan alto (por encima de la mediana) en las dos escalas; los heterogenéricos, aquellas mujeres que puntúan alto en la escala de la instrumentalidad y bajo en la de la expresividad y, también, aquellos varones que puntúan de forma opuesta; los homogenéricos, los varones que puntúan alto en la escala de la instrumentalidad y bajo en la otra, y las mujeres que hacen lo opuesto; y los agenéricos, todas las personas que puntúan por debajo de la mediana en ambas escalas. Ni que decir tiene que la denominación, en este caso, es mucho menos importante para nosotros que lo que subyace conceptualmente a esta cuádruple tipología.

Ya dentro de los campos independientes tanto de la sexología como de la generología, nos encontramos (al fondo izquierda y derecha de la gráfica) con lo que serían sus áreas de conocimiento más específicas. Por lo que respecta a las asimetrías, estereotipos y roles o papeles, tanto sexuales -los que estudia la sexología- como de género -los estudiados por la generología-, no debiera haber en principio especiales problemas de demarcación, dado que la línea divisoria viene marcada por el tipo de relaciones a las que cada disciplina se dedica: las llamadas íntimas -sexuales- en el caso de la sexología y las consideradas públicas -sociales, laborales- e incluso privadas, pero no de tipo sexual, en el caso de la generología. Como apoyo de lo aquí meramente insinuado pueden verse tres trabajos actuales que han pretendido mostrar lo que se entiende por estereotipos, roles y asimetrías de género (Barberá, 1998b; Bonilla, 1998; Pastor, 1998), claramente diferenciados de los estereotipos, roles y asimetrías sexuales.

Finalmente, aparece el campo de la identidad, que es el que hasta el momento está dando más problemas. La línea divisoria aquí es tremendamente borrosa y resbaladiza, de forma que lo que existe hasta el presente, podría considerarse como una mezcla de sexo y género y, por tanto, de sexología y generología. Por nuestra parte, hemos intentado presentar un esbozo, materializado en un libro (Fernández, 1996a), de lo que entendemos debiera de ser ese desarrollo ontogénico en su doble vertiente de identidades sexuales y de género (el plural es esencial tanto para una consideración intrapersona como interpersonas). Por eso, aquí sólo nos limitaremos a presentar algunos de los hitos de ese doble itinerario de evolución postnatal (ver cuadro 1), sin más comentarios.

La pretensión última de esta propuesta, que se encuentra en estos momentos sometida a las correspondientes pruebas empíricas -con resultados iniciales bastante favorables para el enfoque-, es la de profundizar en esa doble realidad del sexo y del género de forma que los individuos no se vean cercenados en sus desarrollos por la estrechez de miras de una sociedad determinada.

COMENTARIOS FINALES

Ya al término de este trabajo el lector se preguntará, sin duda con todo derecho y razón, si realmente la alternativa propuesta acaba por resolver las criticadas paradojas de los tres enfoques analizados. Por nuestra parte, como cabía esperar, entendemos que sí.

En primer lugar, porque desde el enfoque propuesto, la sexología no necesita para nada del género que introdujo Money para poderse desarrollar como tal disciplina independiente. De hecho, un análisis del corpus bibliográfico específico muestra, que desde un punto estrictamente científico, esta disciplina sigue bien viva, sin que haya el más mínimo indicio que nos haga temer por su posible desaparición.

En segundo lugar, porque desde este enfoque se hace ver, en una línea semejante a la apuntada por los movimientos feministas, que el género puede resultar una categoría de análisis muy útil para entender las desigualdades existentes entre los sexos, aunque se requiere, por un lado, unas definiciones más operativas del género y, por otro, en lógica coherencia, el establecimiento de una generología que se dedique en exclusividad a las distintas áreas de conocimiento que se han ido señalando. Hoy estas tareas las están cumpliendo disciplinas como la antropología, la sociología, la psicología, la lingüística, la biología, la paleontología, la filosofía, etcétera, aunque, lamentablemente, con considerable desconexión entre ellas. De ahí, la necesidad de una generología que, desde una perspectiva funcional, diese coherencia a todas estas aportaciones. De paso, no estaría demás que desde los propios feminismos se entendiese que el apoyo a una sexología autónoma, contribuiría considerablemente, con toda probabilidad, a la causa de la equidad entre mujeres, varones y sujetos ambiguos en sus relaciones sexuales, conservando cada cual aquello que le puede ser más específico.

En tercer lugar, desde el enfoque propuesto se entiende que los posibles contenidos de una feminidad y masculinidad deberían pertenecer al ámbito de una sexología, mientras que los dominios de la expresividad y de la instrumentalidad parecen más propios de una generología, con independencia de que la cuádruple tipología de bigenéricos, heterogenéricos, homogenéricos y agenéricos sea o no la más adecuada. Si en vez de estas denominaciones se prefiere hablar de sujetos que puntúan alto o bajo tanto en instrumentalidad como en expresividad y de individuos altos o bajos en cualquiera de ellas, es una cuestión que voluntariamente dejamos abierta.

Como hemos insistido a lo largo de este trabajo, lo que hemos presentado no es más ni menos que una alternativa a los principales enfoques hoy vigentes. Ya es hora, creo, de que dejemos la palabra, la última palabra, al sufrido lector.

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Material adicional / Suplementary material

Tabla 1. Número de veces que aparece el término género en los títulos de trabajos de cada CD-ROM de la base de datos PsycLIT de la APA.

Tabla 1. Número de veces que aparece el término género en los títulos de trabajos de cada CD-ROM de la base de datos PsycLIT de la APA.

Gráfica 1. Perspectiva funcional y estructural de la sexología y la generología.

Gráfica 1. Perspectiva funcional y estructural de la sexología y la generología.

Cuadro 1. Principales hitos en las identidades sexuales y de género.

Cuadro 1. Principales hitos en las identidades sexuales y de género.

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